Su vida transcurre entre el cine y el teatro

Sergi López y el trabajo del actor al servicio de la historia en "El viento que arrasa"

El gran comediante catalán acaba de ser el Presidente del Jurado del reciente Festival Internacional de Cine de Punta del Este y ahora es el coprotagonista –junto al chileno Alfredo Castro- del estreno “El viento que arrasa” (2023) de la argentina Paula Hernández. EscribiendoCine charló con él de manera exclusiva en la ciudad uruguaya.

Sergi López y el trabajo del actor al servicio de la historia en "El viento que arrasa"
Sergi López
Sergi López
jueves 21 de marzo de 2024

Sergi López nació el 22 de diciembre de 1965 en Vilanova i la Geltrú, Cataluña, España. Ha trabajado en más de 90 largometrajes. Su vida se reparte laboralmente entre España y Francia. Formó parte de compañías circenses alternativas y participó en espectáculos callejeros y actuaciones en fiestas municipales. Hizo cursos de arte dramático con los profesores Jorge Vera y Manuel Trillo en el Teatro del Trel de Barcelona y de acrobacia en la escuela El Timbal. Fue a Francia y estudió en la École Internationale de Théâtre et Mouvement que dirige Jacques Le Cock, en Paris. De su extensa filmografía se destacan estos títulos: Western (1997) de Manuel Poirier, Una relación particular (1999) de Frédéric Fonteyne, Harry, un amigo que te quiere bien (2000) de Dominik Moll, El cielo abierto (2001) de Miguel Albaladejo, Negocios entrañables (2002) de Stephen Frears, El laberinto del fauno (2006) de Guillermo del Toro, Ismael (2013) de Marcelo Piñeyro, Lazzaro feliz (2018) de Alice Rohrwacher, Black is Beltza (2018) de Fermín Muguruza (Solo voz), Pequeña flor (2022) de Santiago Mitre y El viento que arrasa de Paula Hernández. 

¿Viviendo aún en tu ciudad natal Vilanova i la Geltrú, como fueron tus comienzos y el paso después a Barcelona?
Bueno, no sé cómo sucedió todo. Soy el primer fascinado de lo bien que me trata la vida. Yo estaba en Vilanova, era un mal estudiante y estaba en el bachillerato. Mi padre que me empuja y pregunta que voy a ser de mayor. Un día tuve una revelación que me decía que el teatro era la vocación que tenía. Voy a probar, pero realmente pensaba que no duraría. Voy a hacer un curso, voy a una escuela de Barcelona. No creo que dure más de un año. Todo eso pensaba.

¿Y al terminar el Bachillerato, ya te inclinaste para estudiar teatro?
No terminé el Bachillerato. Entonces se llamaba BUP (Bachillerato Unificado Polivalente, que desapareció en el 2000) y los grados eran 1°, 2° y 3° y después ibas a la Universidad. Y yo hice primero, segundo, tercero, tercero, tercero… (Risas). Y dije vale, ya está. Y mi padre estaba un poco nervioso… me puse a trabajar y pensaba en hacer eso del teatro. Yo imaginaba que iba a ser de la ostia hacer teatro, pero nada pensaba que iba a ser un año, que no me iba a ganar la vida con eso. Y a diferencia del futbol, uno se da cuenta de sus condiciones físicas. Y en el teatro no importaba la cuestión atlética y estaba lo del talento, es una cosa un tanto etérea.

¿Pero estando en Vilanova, vos hiciste algún curso o un taller?
Con 17 años me apunté a un curso de verano, hacía teatro amateur, improvisaciones por la calle, cosas así. Y de ahí me fui a Barcelona y hacer teatro de acrobacia, de circo, de payaso. Lo que traía de Vilanova era teatro amateur donde hacía para las fiestas navideñas una obra que es un clásico allá en Catalunya que es “Els Pastorets” (Los pastorcillos), es una obra con un fondo religioso donde los pastores catalanes se encuentran con el Demonio, que quiere matar a Jesucristo. Es un poco de comedia humana, donde puede haber dos pastores o diez. Todo el pueblo está llamado a participar. Y empezando en el teatro amateur y estando en Barcelona, año tras año, finalmente me fui a París a estudiar…

Si no hablabas francés, ¿por qué decidiste ir a París?
Cuando yo decidí dejar los estudios e irme a Barcelona a hacer teatro y acrobacia, en mi pueblo, cerca de mi casa vivía el actor Toni Alba, que era muy precoz. Yo tenía 19 y él 23, y recuerdo que cuando yo era más pequeño, lo vi haciendo teatro en nuestra ciudad y él se había ido a estudiar al extranjero y venía a Vilanova y andaba con chicas finlandesas, escocesas, y un israelita, y un canadiense y un francés que estaban con él y hacía teatro y tenía mucho talento. Y le digo que quiero hacer teatro y él me dice vente a mi casa e hicimos un sketch de claun y él me hablaba de una escuela en París. Y al tiempo me sale un trabajo, pude ahorrar dinero y finalmente me digo: me voy a París a esta escuela, que no era barata.

¿Y cómo fue el paso del teatro al cine en París?
Yo llegué a París sin hablar nada de francés. Y a los tres meses hablaba un poco, pero muy mal. Y en la escuela aparece un anuncio de una película que busca un actor joven de unos 22 años con acento español. Voy al casting, más por curiosidad que por otra cosa. Y me encontré con el director Manuel Poirier que hace un cine verité, con las personalidades humanas de la gente, no quería una actuación, y hacemos la peli (La petite amie d'Antonio, 1992), que era su ópera prima. El film gustó, y a los años me llama de nuevo para su segunda película (...à la champagne, 1995), y luego otra (Marion, 1997). Y la cuarta es Western (1997) que fue la que ganó en Cannes (Y Sergi fue el mejor actor en Sitges).

Y vos ya hablabas bien el francés…
Yo ya hablaba en francés con mucho acento, pero no tan bien como ahora. Ya había estado más de dos años hablando en los rodajes, todos hablan en francés, claro. No hablan ni en inglés, ni en español, ni nada. Y yo no tenía conciencia de lo que era hacer cine. Y ahí en Cannes teníamos cientos de entrevistas programadas, con gente de Brasil, de Ucrania, de Checoslovaquia, de Canadá. Y los españoles ahí acreditados no me conocían. Y se encuentran con un tío que habla catalán. (Risas), y que creían que era francés. Éramos los outsiders, porque a Poirier tampoco lo conocían mucho. Y claro los periodistas españoles me preguntaban porque no me conocían, y yo les dije porque solo había filmado en Francia. Y al día siguiente sale en El País, La Vanguardia, y los diarios españoles: actor español en Cannes. Y mis padres y mi hermano no lo pueden creer.

Tu primer gran papel protagónico fue en “Harry, un amigo que te quiere bien” ¿Qué significó para vos?
Ya había hecho varias pelis en España con Ventura Pons (Caricias, 1998), con Manuel Gómez Pereira (Entre las piernas, 1999) y me llaman para Harry, pero iba a ser el otro personaje y finalmente hago este ser retorcido. Y a partir de allí se hizo esta leyenda y un periodista dijo que “Sergi López, el actor especializado en villanos”!!! Pero debo de haber hecho cinco villanos, el resto no.

¿Qué te da más satisfacción y además que es más desafío. Hacer de un personaje siniestro, maligno o de crear alguien que es más bueno que el pan?
El desafío es más el de hacer de hombre honesto, limpio. Hacer de malo es mucho más divertido, es más transgresor y es más lúdico. No soy un actor de método. Yo siempre tengo conciencia de que es un juego. No tengo que estar poseído por algo. No me creo que soy Tarzán, juego a que soy Tarzán o que soy un asesino. Tengo una distancia grande con lo que hago. Intento divertirme aunque sean cosas oscuras o tórridas o malsanas. Me lo tomo como un juego, como una cosa más infantil. Entre hacer la caperucita y el Lobo feroz, es más divertido hacer el lobo feroz, alguien que transgrede. Un profesor que tuve me decía siempre es más difícil hacer algo que está cerca de ti. Si tiene que hacer de un karateca, tienes otra gestualidad. Pero hacer de ti, caminar normal, estar normal, es a veces más difícil que hacer una cosa extravagante.

Cuesta más de hacer de uno mismo…
Claro. Cuando empezaba, me acuerdo, que me decían “camina”. La cámara está aquí y te vas caminando. Y cuando caminas te das cuenta de que caminas agarrotado! Y cuando empiezas a tomar conciencia de tu cuerpo, caminas tenso. “camina normal, solo caminar!” (Risas). Encontrar esta naturalidad es nuestra búsqueda.

¿Te ha tocado algunas veces repetir más de dos o tres tomas?
Sí, claro y veinte, veintipico. Y quizás hasta treinta o algo así. Y suceden cosas como que o el director es muy inseguro, o que no nos entendemos, o por la cuestión que sea, que hay algo en el plano que cuesta o de coordinar o es muy técnico, o que haces una pausa y en tal momento tiene que caer. O es técnicamente muy complicado. O con el director no nos entendemos bien o no conseguimos darle lo que él quiere. Lo que tengo yo claro, que nosotros los actores, las actrices tenemos mucho retorno del público pero estamos a servicio de una peli. Nosotros no inventamos nada. Es nuestra cara, que puede ser la de Harry, pero Harry dice ese texto que ha escrito un tío que sabe y lo ha rodado un tío que sabe. 

Vos sos muy dichacharachero, como decimos en Argentina, ¿te cuesta más reírte o llorar frente a la cámara?
Reír, reír cuesta más. A ver: de entrada yo intento no plantearme las cosas en términos de dificultad, es imposible. Para llorar, puede haber un ambiente, un silencio, una concentración que te puede llevar a sentir algo… Pero reír… ostia, me ha costado más reír a la tercera toma. Vamos, hacer veinte tomas riendo es imposible. Una te sale bien al principio pero cuando empiezas a mecanizar… no te da ninguna risa, y te empiezas a poner nervioso la risa no te sale. Es imposible, no puedes forzarla. A mí en la vida me cuesta poco reírme, vamos que tengo la risa fácil. Pero con una cámara adelante: vamos ríete…

En tu próximo estreno, “El viento que arrasa” de Paula Hernández,  tienes como coprotagonista a un grande como Alfredo Castro, ¿cómo te conectaste con esta historia?
Llego a esta película de una manera bastante preciosa, bastante bonita. Me da un poco de vergüenza contarlo así porque viviendo en un mundo con tanto desequilibrio, con tanto dolor, con tanto sufrimiento, ostias, yo vivo cosas de una felicidad brutal. Me llama Paula y me dice que le encanta lo que ha visto de mi. Ella me propuso una película hace mucho tiempo que yo no podía hacer, yo ni me acordaba, que era Lluvia (2008)…

…Que la protagonizó Ernesto Alterio con Valeria Bertuccelli…
…ostia yo no me acordaba. Ella me dice que si te la propuse y me dijiste que no. Tengo un guión para ti. Y leo el guión y me encanta. Y mi personaje me encanta. Y plantea retos un poco, pero a mi esa cuestión de retos, de hacer cosas que no he hecho nunca, no me mueve mucho. Para mí me da igual. Para mí lo importante es la película aunque yo tenga que hacer mil veces el mismo personaje gris y mediocre. Me preocupaba un poco el hecho de tener que hacer un personaje con acento. Pero el personaje se llama Gringo, como que viene de otro lugar. Y tiene la ventaja que la película es cine con mayúsculas, es una fábula, es atemporal, no es realista.

En la película estás más ancho que ahora…. (Risas)
Yo le dije: tengo que adelgazar para hacer del mecánico. Y Paula me dijo, no. No. No. Así como estás o más. Estaba 10 kilos más que ahora! Y me pidió que no me afeite ni me corte el cabello.

En ese rodaje dos potencias se saludan ¿Cómo fue esa relación con Alfredo Castro?
¿Dos potencias se saludan? (Se ríe) Afortunadamente con Alfredo, siendo como somos, dos temperamentos muy distintos, también esto ayudaba a los personajes. El suyo tiene el don de la palabra, de la manipulación, esta cosa medio diabólica, esto de la fe. Mientras que el mío es un personaje más animal, más intuitivo, que habla lo menos posible. Esto hace a dos personajes muy distintos. Con Alfredo compartimos un amor profundo por esta profesión, como un privilegio. Y como un oficio en el que estamos al servicio de la historia. No estamos en una competición, no hubo dos egos que se chocaron. Sino que cuanto mejor estaba él y cuanto más diferente era, más tenía yo algo que mirar e inspirarme de algo. Pienso que nos ayudamos uno al otro. Cuanto más reverendo se ponía nuestro amigo Castro, más Gringo era yo. Tuvimos una relación bastante sana.

Fuera del rodaje, charlaron, tomaron cafés.
Si, hemos ido a cenar varias veces, o a tomar un café. Teníamos los tiempos muy justos de rodaje, estuvimos o hablando de la peli o repasando escenas o hablando de los personajes. Y hablamos de política bastante. Tanto él en Chile y yo en Barcelona, con esta idea de combatir al fascismo que nos une muy fuertemente.

¿El personaje que hace de tu hijo, Tapioca, tiene así el rostro o es solo maquillaje?
No, él es así. En el guión original el personaje era rengo, y en el casting el vino así con su mirada, con su esencia, con lo que él es. Y nos desarmó. Joaquín (Acebo) es un tío con talento, que quiere ser actor, y vive su realidad.

Los diálogos de él están marcados o él es así de poco diálogo.
No es del personaje. Joaquín es un máquina, tiene amigos muy guapos, es un máquina, habla rápido.

¡Qué contraste que hay entre los dos personajes! El tuyo y el de Castro.
En la primera lectura de guión eso ya lo ves. Hay un persona que tiene el don de la palabra, que es un tesoro pero que también puede ser un arma muy nociva. Es la fe, la convicción, el cree en lo que dice. Es un manipulador muy eficaz. Vive de eso. Es imparable. Y está el choque entre estos dos hombres tan distintos, de dos maneras tan opuestas de enfrentarse a la vida. Un tío que vive de su carisma, de su palabra, de su capacidad de convicción, es su motor, su vida. Y el otro vive de arreglar cuatro coches –cuando aparecen- es una humildad muy distinta.

¿En España hay también de estos pastores mediáticos evangelistas?
No, no te creas. Sí, hay un poco, pero por ejemplo Paula hablaba mucho de que existen estos sacerdotes en Argentina y Latinoamérica. Y en los Estados Unidos hay muchos, que se convierten en negocios. Pero yo creo que la peli, más allá del pastor, habla también del que tiene los recursos, del poder del que tiene el relato, del que cuenta la historia, del que tiene un micrófono y el don de hablar. Y ostias la capacidad de manipulación de la gente, del humilde, del que no tiene recursos. Habla de cómo todos estamos expuestos a esta cosa que puede ser tan nociva para el ser humano que es que te coman las ideas, que te sustituyan. Que te digan tu no pienses, pienso yo por ti. Que nos roben la capacidad crítica, yo creo que la película habla mucho de este neofascismo de dominar la comunicación y a través de eso dominar al pueblo.

¿Cómo está hoy la situación en España, en relación a su historia?
Esta cosa que pasa es muy distinto en Alemania o en los sitios donde el fascismo perdió, que donde el fascismo ganó, como en España y ahí se quedaron. Los nazis de Alemania se escaparon, se cambiaron la identidad, se escondieron en Brasil y en Argentina. En España no, se quedaron, gobernaron, hicieron un partido y se convirtieron y al día de hoy hablan de Democracia.

¿Qué queda hoy del artista callejero, saltimbanqui, trotamundos?
Sabes que lo que me queda, que lo hecho de menos, pero por suerte no lo he perdido todo, es el teatro. Es que en teatro todo lo que he hecho en mi vida, ha sido creación, solo o con otra persona o grupo, autogestión y escribir. Pero no en un papel, sino escribir en un escenario, improvisando textos, probando tal o cual, y a partir de allí generar obras de teatro. Ahora estoy preparando una cosa nueva, y me reconcilia y me recuerda de dónde vengo, me devuelve al escenario, a estar allí a inventar, a hacer el payaso, a probar cosas, a crear. En el fondo todavía tengo este lazo con el teatro. En el teatro estás con la gente de verdad, el público está allí. Todavía tiene eso de calle, de saltimbanqui. El público está allí, tío. Este contacto con el público que es el principio de todo. 

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