Crítica de "Tengo sueños eléctricos", un viaje al interior de las relaciones familiares

La historia se centra en Eva, interpretada con autenticidad por Daniela Martín Navarro. Eva está en una encrucijada: su madre recién divorciada busca renovar la casa familiar, pero Eva solo sueña con irse a vivir con su padre, Palomo, un poeta atravesado por una violencia arcaica.

A través de los ojos de Eva, Maurel nos presenta una exploración inquietante de la frágil relación entre padre e hija. La película no se adhiere a los convencionalismos del coming of age, sino que profundiza en la angustia y la incapacidad que aguardan "del otro lado" de la adolescencia. Eva es testigo de cómo la violencia se convierte en lenguaje en su familia, en un flujo conversacional entre ella, su padre y su madre.

Uno de los logros de Tengo sueños eléctricos es su capacidad para retratar la complejidad de los personajes y sus demonios internos. Eva se debate entre el deseo de apego a su padre y la conciencia de su violencia. La narrativa cuestiona la naturaleza de la edad adulta a través de las vidas desorientadas de los personajes que rodean a Eva, quienes también buscan refugio en el arte y la libertad.

La dirección de Maurel se destaca al sumergirnos en la ciudad de San José de Costa Rica desde una perspectiva poco convencional, alejada del exotismo y revelando una realidad palpable. Tengo sueños eléctricos presenta una serie de imágenes que capturan la textura de la vida cotidiana en medio de la búsqueda de identidad de Eva y su confrontación con la violencia heredada.

Tengo sueños eléctricos no es solo una película, es una exploración profunda y perturbadora de las relaciones familiares, la violencia y la búsqueda de identidad en la adolescencia. Con interpretaciones honestas y una dirección hábil, la película desafía nuestras percepciones y nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la madurez y la violencia.