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Crítica de "El canto del tiempo" la ópera prima documental de Mana García

Un viaje al corazón de la selva misionera argentina y paranaense brasileña, de la mano del dúo Tonolec integrado por la formoseña Charo Bogarín y el chaqueño Diego Pérez, donde se nutren del canto primal de las comunidades originarias mbya guaraní.

Crítica de "El canto del tiempo" la ópera prima documental de Mana García
martes 14 de septiembre de 2021

“Comenzamos por la raíz del lugar donde nos criamos y ahora buscamos ampliar el abanico de esta idea”, nos cuenta la cantora y actriz clorindense Charo Bogarín quien junto a su compañero del dúo Tonolec, el guitarrista y multiinstrumentista resistenciano Diego Pérez, vienen emprendiendo hace casi 20 años una profunda investigación sobre las músicas nativas de los pueblos originarios del noreste argentino. Viajando a la región de manera continua, van conociendo, nutriéndose, aprendiendo y aprehendiendo de las diversas raíces cultuales de las comunidades nativas. Y ese conocimiento se da a través del intercambio musical que le proponen primero a cada jefe de la respectiva aldea y luego también a sus intérpretes principales que son los chicos. Y tomando esos ritmos y cantos ancestrales, los Tonolec le dan su aporte melódico y especialmente instrumental contemporáneo. Una fusión, una mixtura que le ha dado la personalidad a este dueto de manera singular, y siempre con elevado respeto a la procedencia original. 

Y gracias a estos trabajos, músicas perdidas en el tiempo y el espacio pueden trascender fronteras e idiomas. Dicho por el propio Diego Pérez: “Sentimos que desde chicos se nos enseñó a querer parecernos a los de afuera, pero transitar este camino nos permitió entender que nuestra única esencia es esta integración de diferentes culturas, de diferentes lenguas, de diferentes músicas, que vendría a ser como una síntesis de nosotros mismos".

El director porteño Mana García quien tiene en su haber los cortos Sur (2003) y In God We Trust (2004), estuvo trabajando y dirigiendo una serie de programas documentales para el Canal Encuentro producido por la UNTREF. Le proponen una serie de documentos sobre el proceso creativo de distintas disciplinas y de diferentes artistas: Daniel Melero, Hilda Lizarazu, Diego Frenkel y entre otros, Tonolec. Con ellos hizo “Legado”. De allí que se conocían desde hace diez años. Y cuando Tonolec tuvo la oportunidad de viajar a conocer a integrantes de las comunidades mbya guaraní, lo llamaron a García para que grabe y filme esa experiencia. Cuestión que sin guión previo y un equipo súper reducido de 5 personas pudieron adentrarse en la selva. Todo facilitado gracias al apoyo y colaboración de una pareja de guías musicales de la zona: Nerina Bader y Karoso Zuetta. Dado que hay lugares que son imposibles de acceder si uno no se comunica antes con el jefe o mandatario del lugar. Y así se conectaron con las diferentes aldeas, siendo la música como un puente entre ambas culturas.  

En esa búsqueda y encuentro, los músicos, el director y los técnicos van visitando la selva guaraní –entre varios viajes y regresos, a los largo de cuatro años- en las aldeas misioneras argentinas de Francan, Pindo Poty, Fortín Mbororé y Ka Aguy Porá. Y las aldeas del Estado de Paraná en Brasil de Ocoy, Itamara y Añetete. 

Una vez conectados por los guías y con el permiso de los jefes aldeanos, La Charo y Diego van intercambiando conocimientos con los chicos de lugar, dado que prácticamente todas las canciones de la cultura mbya guaraní son parte de la crianza y el modus viviendi de los más pequeños. Ellos dos quedan boquiabiertos cuando un grupo de niñas bailan o golpean unos largos palos sobre la tierra rítmicamente. Y les hacen escuchar a los chicos de la comunidad Mbya, canciones en lengua Qom, y siendo la primera vez que las escuchaban de una comunidad hermana como la toba. Tanto los chicos como grandes, quedan extasiados con la voz de La Charo. 

Con el correr de las aldeas y visitas, uno va sintiendo que cierta distancia y –porque no- desconfianza por parte de los aldeanos, se va mutando a un trato sencillo, confiable, amable. Las cámaras toman esos gestos, pero sin intervenir, nadie las mira –salvo algunes niñes un par de veces- como si no estuvieran. Ahí radica en parte el valor no solo testimonial del director, sino también cultural, dado que no interviene de manera decisoria, sino simplemente grabando los momentos, muchos irrepetibles. 

Una presencia significativa: cuando están en la Aldea Pindo Poty los saluda una muchacha que les pregunta sin ellos son Tonolec, y muy emocionada los abraza. Es una antropóloga que está estudiando la relación que los habitantes de allí tienen con la selva, con sus rituales y la realidad total del lugar. Y eso le hace repensar un montón de cosas. Viendo como los chicos tienen una libertad increíble. Ellos van y vienen, se mueven por todas las casas, van al río sin pedir permiso de los padres. Se cuidan entre ellos, los más chiquitos se los pasan de brazo en brazo. Tienen ese amor entre ellos y el de los adultos. 

El trabajo de Tonolec y la estructura del film se van armando en los lugares de rodaje. De escenas en la selva, salta a planos en el estudio del dúo ensayando, preparando temas, trabajándolos con instrumentos electrónicos, guitarra y percusión. Y varios títulos de esos temas, ungen como separadores: Oreru, Toke mitã, Torypápe, Tacuari porá, Jajoguero guata pavei, Oremba’e. 

García también se permite -además de intercalar cada tanto, planos generales de los frondosos paisajes selváticos- por ejemplo en una toma en que el centro de atención está en el canto de unas niñas haciéndole coro a La Charo, la cámara también panea sobre una parejita que está cuchicheando a un costado y lejos de los que cantan. También nos muestra las actividades cotidianas, como cuando vemos a un par de mujeres de la aldea, apisonando los granos de maíz con grandes palos, y componen un ritmo entre dos que conforma una melodía. Esa imagen remite a los músicos vascos que ejecutan la txalaparta, que consiste en dos soportes, sobre éstos un aislante y encima un tablón que es golpeado con cuatro palos. Dos por cada instrumentista. 

Al ver las técnicas de ejecución de sus instrumentos, hay una característica que sobresale y se la puede ver en todas las interpretaciones aunque sean de aldeas y músicos diferentes, y es esa peculiaridad de tocar la guitarra rasgando las cuerdas con la mano derecha y sin colocar los dedos de la otra mano en los trastes. O sea canciones con un solo acorde. Forma parte del estilo mbya guaraní. También se destaca otro instrumento el n´vike, especie de violín de lata monocorde (de donde se inspiraron sin duda Les Luthiers para su Latín). 

Estrenado en el BAFICI y ganador de varios premios en otros festivales, El canto del tiempo (2019) es así simple, directo, sencillo. Un viaje a través de la selva, de la tierra sin mal.

8.0
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