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Crítica de "Ni de coña", otro bodrio cinematográfico que llega a Netflix

Dirigida por el colombiano Fernando Ayllón cuenta en su elenco con Jordi Sánchez, que, desgraciadamente, sufrió complicaciones a causa del COVID-19, y se encuentra aún recuperándose de sus secuelas.

martes 30 de marzo de 2021

Ni de coña (2020) parece que aprendió de la basura que cautiva a la gente, y, por ello, decidió probar suerte con una narrativa muy similar al reality La isla de las tentaciones. La historia se centra en cuatro parejas con problemas matrimoniales, que deciden darse una última oportunidad con una terapia "mística" en un resort del Caribe.

Estamos ante una historia sin trasfondo y sin grandes conflictos, que recita una y otra vez tópicos de cuñado que hacen sangrar los oídos. Todo ello, a través de una narración de consumo rápido que se asemeja más a un happy meal que a una comedia. Como no puede faltar en ningún tipo de largometraje de este género, los únicos temas que se tocan son el sexo y el alcohol. No sorprende ver que los gags sigan expandiendo una masculinidad tóxica, relaciones insanas de parejas y una continua burla al colectivo LGTBI+.

Resulta vomitivo que se intente conseguir la risa a través de una escena en la que un personaje descubre que su padre es su madre, y su madre es en realidad su padre. Este torpe y muy criticable diálogo, provoca que en el imaginario perviva aún más el desconocimiento sobre este colectivo, y que se acentúen aún más una serie de perjuicios que se desasocian de la realidad. Algo también moralmente cuestionable, se ve en el papel femenino que le atribuyen a uno de los hombres que compone una pareja gay. Él, que es el más "femenino", siempre es tratado como una mujer, perpetuando un estereotipo que, por desgracia, mucha gente sigue considerando gracioso.

La comedia, según la Real Academia de la Lengua Española es una: "Obra dramática, en especial la que muestra lo ridículo, con elementos que divierten y hacen reír, y con un desenlace feliz". Por este motivo, realmente deberíamos cuestionarnos qué será de una sociedad a la que en pantalla le pretenden hacer reír con aquello que estamos intentando dejar atrás como el machismo, la homofobia o la transfobia. ¿De qué sirve toda la lucha social por lograr igualdad, cuando los productores prefieren ganar dinero en películas en las que enmascaran discriminación bajo la palabra "humor"?

Resulta vergonzoso que aquellos films con propósito, aquellos que realmente pueden ofrecer una visión crítica y una reflexión, se exhiban sólo en festivales, y que sea este contenido comercial y horrendo, lo que llegue a un público que consume sin parar a través de grandes plataformas de streaming. Detrás de un espectador con un mando a distancia escogiendo este título, se enmascara un aprendizaje sobre el consumo de este tipo de cultura. Algo así como unos cerdos siendo engordados en granjas, o como la escena de La Naranja Mecánica en la que Alex es obligado a presenciar escenas violentas. Los productores han aprendido a ganar dinero, y al público se le ha enseñado a tragarse la basura.

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