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Crítica de “Corpus Christi”, o cuando los pecadores buscan el perdón pero no el olvido

El tercer largo de ficción del polaco Jan Komasa es de una contundencia conmovedora y sin duda merecía haber ganado el Oscar el año pasado. Su protagonista Bartosz Bielenia es una absoluta revelación.

martes 16 de enero de 2024

Cuando una película nos atrapa en todo momento, nos conmueve profundamente, nos shokea y nos hace pensar mucho después de verla; es que estamos frente a una obra por lo pronto, singular.  De un contenido tan especial como para plantearse -o replantearse- asuntos que tienen que ver con la conducta humana, la pasión religiosa –si la hubiera- , la sensación de culpa y la necesidad de buscar la verdad.  Todo eso fusionándose entre la razón y los sentimientos.

Daniel (Bartosz Bielenia) es uno de los convictos en un reformatorio e internado religioso. No sabemos nada de su pasado, salvo que tiene una pica con Pinczer (Tomasz Zietek) otro recluso, y una cuenta pendiente con Bonus (Mateusz Czwartosz), un gigantón que retorna al internado y atemoriza a todo el resto. (A lo largo de las distintas peripecias que vive Daniel en este relato, deberá cruzarse, muy a su pesar con estos dos descarriados). En los ratos libres del correccional, el Padre Tomasz (Lukasz Simlat) reúne a un grupo de reos y entre juegos dramáticos y charlas les dice: “Cada uno somos Sacerdotes de Dios”. Daniel, que concuerda con esa imagen, es además el encargado de comenzar los cantos religiosos, seguido luego por sus “compañeros”.

Uno de esos días obtiene la Libertad Condicional y lo transfieren a un aserradero del otro lado del país. Su última noche se la pasa en un boliche, tiene relaciones con una chica, bebe, se droga y a otra cosa. Cuando llega al destino prefiere dar la vuelta y mirar el paisaje. Prende un cigarrillo mientras piensa y medita. En lugar de presentarse en el aserradero, descubre un pueblo cercano y allí se dirige a la iglesia a rezar y averiguar qué puede pasar. Entabla una charla con una muchacha que está en la nave rezando. Daniel se presenta como un sacerdote (hecho que por mas creyente que sea y pupilo y monaguillo de experiencias previas, no lo convierte per se) por lo cual esta chica Eliza (Eliza Rycembel) lo conduce a la sacristía donde se encuentra el ya veterano clérigo del lugar (Zdzislaw Wardejn) quien justamente está a punto de irse a otra localidad y lo confunden con su reemplazo.

Se hace llamar Padre Tomasz (usurpando de algún modo el rol y el nombre de quien fuera su guía en el reformatorio) y comienza así un camino en el cual irá conquistando de alguna manera el sentimiento y el corazón de la mayoría de los feligreses del pueblo. Ya sea confesándolos, mientras él les va leyendo las oraciones y rezos desde su celular (uno de los símbolos del tiempo), o releyendo  partes de La Biblia antes de su primera Misa oficial. O enterándose de la gran tragedia que vivió ese poblado hace un año: un accidente automovilístico en el que perecieron seis habitantes del lugar.

Pero así como Daniel –recordemos un sacerdote “trucho” pero no falso- va adquiriendo cierto poder espiritual en esa comunidad, en algún momento deberá enfrentarse al verdadero poder de la comarca, el alcalde Walkiewicz (Leszek Lichota), quien no ve con buenos ojos que el nuevo párroco investigue cuestiones de aquella tragedia. Para Daniel todo son pequeños o grandes desafíos. Con la realidad, lo concreto y lo cercano. El tiene su propia visión más allá de dogmas y tradiciones. Prefiere simplificar ciertas creencias dentro de las estructuras edilicias del templo. “Dios también está en la calle” les espeta durante una misa. El llegó para sacudir estructuras anquilosadas, para despertarlos y hacerles abrir los ojos. Es concreto y toma decisiones que otros no se atreven. Cuando reaparece Pinczer -el ex convicto del reformatorio que trabaja ahora en el aserradero- su status quo se desmorona ¿Es que el pasado lo condena?

Jan Komasa trabaja con suma inteligencia cada instante, cada diálogo, cada encuentro entre los distintos personajes. Y a partir de allí van apareciendo preguntas y ciertas respuestas donde se entremezclan cuestiones que tienen que ver con la culpa, el castigo, el perdón, la memoria, el deber y el pecado. Narrado como si fuera un thriller calmo y bucólico.

Su principal herramienta es sin duda el “pseudo” Padre Daniel, ejercido con una expresiva pasión a cargo de Bartosz Bielenia (este rol le ha valido una larga ristra de premios), de una presencia ineludible, una mirada profunda y una voz firme y confiable. Y Komasa al igual que con su siguiente protagonista, que también se llama Tomasz, un millenial trepador en Hater (2020) –que se puede ver en la Plataforma Netflix- , pone  a los dos como personajes absorbentes e “invasores” en una sociedad dada, que cada uno a su manera, manipulan a (y se interrelacionan con) sus semejantes con un celular para utilizarlo como medio o como fuente para sus mensajes. Uno por el Odio, el otro por el Amor. Pero en definitiva los dos usurpando en cierta forma, una personificación que no les pertenece.   

Superpremiado en Brasilia, Chicago, Toronto, Bordeaux, Minsk, Palm Springs, Estocolmo, y entre otros festivales en Venecia; Komasa debió haber recibido por Corpus Christi (2019) el Oscar al Mejor Film Extranjero el año pasado. Sería por demás interesante conocer el resto de su filmografía que incluye ficciones como Sala samobójców (Habitación del suicidio, 2011) y Varsovia 1944 (2014) como los documentales Splyw (2007) y Powstanie Warszawskie (La insurrección de Varsovia, 2014).

Por méritos más que suficientes, Jan Komasa ha ascendido al podio de los más destacados e interesantes realizadores polacos contemporáneos.

10.0
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