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Crítica de “El problema de los 3 cuerpos” o el problema de los 3 bostezos

Aunque la trama promete una exploración fascinante de la futura influencia de China en el cosmos, la serie se ve obstaculizada por una ejecución desigual y una falta de empatía con los personajes. A pesar de las expectativas generadas, la adaptación de Netflix parece tropezar con la traducción de la complejidad literaria al formato audiovisual.

“Otra vez, recordamos que, en la Naturaleza, nada existe en soledad”
Rachel Carson. Primavera silenciosa

El “problema de los tres cuerpos” en la física, ha mantenido a los matemáticos ocupados durante mucho tiempo. Consiste -a grandes rasgos-, en determinar la posición y velocidad de tres cuerpos, de masa variable, sometidos a una fuerza gravitacional mutua. Más allá de la hipótesis, tiene su demostración real en un sistema binario (Tierra-luna), cuya atracción mutua se ve sometida a la del sol, empero, este sistema no describe en su totalidad el problema, que no puede sino solucionarse a través de aproximaciones numéricas.

El autor chino de ciencia ficción, Liu Cixin, gran exponente de cómo un subgénero literario, en su origen reconocido como “occidental”, ha sido convenientemente apropiado por la otredad del mundo-incluyendo la América latina con sus ficciones futuristas tropicalizadas-, se hizo acreedor -o fue nominado- a varios premios (occidentales), entre estos los importantes Hugo, Nébula y Locus, amén de otros en su país de origen.

La trilogía que Liu Cixin ha escrito es, esencialmente, nacionalista o, mejor dicho, una muestra de la preocupación que, en él cómo artista, despierta el rol futuro de China a nivel no sólo planetario, sino cósmico. La trilogía lleva como título global el de “El recuerdo del pasado de la Tierra”, y comienza, precisamente, con el libro que, en occidente, ha nombrado al resto, y que es “El problema de los tres cuerpos”, seguido de “El bosque oscuro” y “El fin de la muerte”, que narra la situación caótica de una civilización extraterrestre avanzada, los “trisolarianos” (los “Santi”, en chino), cuyo sistema ternario se localiza en Alpha Centauri, y cómo, en aras de su supervivencia, han desarrollado una sociedad totalitaria y, he aquí el “problema” para los humanos, expansionista. Al localizar a la Tierra, su pretensión es la de alcanzarla y, al parecer, colonizarla. Si bien, en un principio, esta civilización nos aventaja con mucho, al mismo tiempo nos temen, debido a nuestra capacidad para mentir y desarrollarnos tecnológicamente, en comparación con la lentitud inherente a la suya, sometida a un ciclo natural de destrucciones masivas ejercidas por el sistema ternario.

Considerada como una obra maestra del subgénero, o por lo menos, de lo mejor en lo que va del siglo, las adaptaciones no se hicieron esperar, tanto en China como en los Estados Unidos.

"El problema de los tres cuerpos" no es, tampoco, el primer trabajo literario de Liu Cixin adaptado para el cine, pues ya vio en pantalla The Wandering Earth” (Frant Gwo, 2019), una película de corte seudo épico que recuerda las aventuras espaciales que las cintas soviéticas proponían como telón futuro, en absoluto original y, más bien aburrida. Igualmente, la adaptación de Netflix no es la primera, pues Tres cuerpos (San ti/Three Body, Lei Yang, 2023), fue la propuesta nacional, bastante detallada y casi precisa del primer libro -a través de 30 episodios-, de la novela, por WeTV.

Netflix apuesta con su propia adaptación con El problema de los 3 cuerpos (3 Body Problem, 2024), cuyos responsables, David Benioff y D. B. Weiss, ya tienen encima la querida y afamada de la serie de novelas Game of Thrones, de George R. R. Martin.

La serie pues, narra al principio cómo Ye Wenjie (Zine Tseng), atestigua el asesinato de su padre, un profesor a favor de la ciencia (léase occidental), durante los salvajes años de la Revolución Cultural, que es mostrada con todos sus pecados inherentes, entre estos, la destrucción y ocultamiento de los datos científicos, ya comprobados, en favor del fanatismo y la propaganda del partido. La muchacha, sin embargo, como científica, es importante para el régimen, y es desterrada a una base secreta donde se investiga la comunicación con posibles civilizaciones extraterrestres. La segunda línea narrativa, en el presente, involucra a cinco científicos de Oxford, cuya jefa comete un suicidio inexplicable que los irá enfrentando o uniendo entre sí, tanto en el terreno especulativo, científico o amoroso, mientras reciben, de forma misteriosa, un casco para jugar una especie de juego de realidad virtual, extremadamente realista -un viaje a través de mundos sometidos a ciclos de destrucción, en los cuales los invitados (aquellos no invitados son decapitados dentro del entorno virtual) pasarán pruebas para resolver el problema de los tres cuerpos, y que se revela como un adiestramiento, a la vez que un acto de reclutamiento-, que los hará comprender la existencia de una civilización que, mediante el juego, se ha puesto en comunicación con nosotros.

Debido a que no pueden mentir, revelan el viaje que, de hecho, ya han emprendido para colonizar la Tierra, y que les llevará cuatrocientos años, desde la salida de su caótico mundo natal. Todo esto en un marco en el cual se declara “el Fin de la física”, cuando los aceleradores de partículas arrojan datos inexplicables, y la humanidad se descubre (Charles Fort dixit) como “un enjambre de insectos”, en comparación con dichos gigantes cerebrales.

Todo el asunto del adiestramiento y reclutamiento de un puñado de escogidos, ya tuvo un tratamiento más ligero -y más divertido-, en la película Starfighter: la aventura comienza (The Last Starfighter, Nick Castle, 1984), mientras el tema de las naves transgeneracionales ha sido tratado, entre otros, por Samuel R. Delany en una novela corta, defectuosa pero brillante, titulada “La balada de Beta-2”, y un clásico de Brian W. Aldiss, el libro “Non-Stop”, del año 1958.

Problemas políticos, cambios religiosos e ideológicos, van suscitándose mientras tanto, a la vez que los cinco físicos miran, delante de sus ojos, una cuenta regresiva que sólo cesa cuando cada uno detiene sus investigaciones, mismas que acelerarían el avance humano, en detrimento del alienígena.

Como en la guerra de Troya, la civilización 9478 -superviviente del inherente mal trisolar-, no tan ajena a todos esos acontecimientos en la Tierra, se acerca con sus mil naves en una invasión estelar sin precedentes.

El “primer problema del problema”, es que la serie, de la cual veremos -por el momento-, sólo la primera temporada (cuando los humanos, en un último intento desesperado, envían naves espaciales para adelantarse a los colonizadores), es que funciona como un electroencefalograma cuyos picos más altos (los suicidios, o asesinatos, las escenas desarrolladas dentro  del mismo juego, la cruel desintegración de un barco -que transporta familias completas de religiosos que asumen como benefactores a los invasores- en el Canal de Panamá, mediante el uso de nanofibras, o el atropellamiento de una amante casual de uno de los físicos -él negro, ella blanca, en un intento inclusivo de cambiar los personajes asiáticos originales-, y que expone una interesante idea del azar y la contingencia en los designios tanto humanos como alienígenas) son muy pocos en relación a los más bajos.

Hay un desarrollo mínimo de las personalidades de los involucrados, acaso las más interesantes aquellas que corren a cargo del detective interpretado por Benedict Wong, y el enigmático agente civil, a su vez por  Liam Cunningham, que sostiene la responsabilidad de actuar contra los Invasores en nombre de toda la Tierra, en contraste con las actuaciones, que dejan mucho que desear, de Eiza González, como la científica y empresaria Auggie Salazar, como algunas de los otros caracteres.

En un contexto general, hay muy pocos ejemplos de originalidad en la ciencia ficción actual -salvo rarísimas excepciones, como El cubo (Cube, 1997)de Vincenzo Natali, con su inventiva matemática en clave de terror, y Primer (2004), de Shane Carruth, un rompecabezas existencial, que involucra viajes y paradojas temporales, que hizo soplar un (por desgracia), breve aliento fresco a la Ciencia ficción en el cine-, un subgénero literario -parafraseando a Isaac Asimov-, “verdaderamente interesante con el cual crecer”, mismo que ha trascendido el ámbito anglosajón, para usarse (uso el término de manera consciente), de una u otra forma, para las “otras” literaturas, entre estas, las latinoamericanas y asiáticas, por supuesto, pero que parece más bien agotado desde los pretenciosos días de la “Nueva Ola” que, como en el cine francés, también empapó a esta clase de ficciones. Véase, para ello, el recurso de acudir, otra vez, a adaptaciones de clásicos contemporáneos como “Duna”, del ecologista y novelista Frank Herbert por Denis Villeneuve quien, no obstante, tiene en su haber una tan interesante -como inteligente y, con esto “más original” que la blockbusteriana Dune- paráfrasis del “Yo Tarzán, tú Jane”, del personaje de Edgar Rice Burroughs, con Arrival (2016), y sus exploraciones lingüísticas, que cuenta con su relevante antecedente literario en “Empotrados”, de Ian Watson.

Giovanni Papini, en su obra "Pensadores y farsantes", al referirse a la obra de Chuang-tse, filósofo chino contemporáneo de Platón, expuso que la ciencia humana es escasa y de ínfimo valor, y que su transmisión es prácticamente imposible. En su análisis, enfatiza que el libro, aunque sea un mero conjunto de palabras, representa lo más noble del mundo. Sin embargo, reconoce que la palabra, como vehículo de la idea, es insuficiente para expresar y transmitir plenamente una idea, ya que el sonido, la voz y la palabra en sí mismos no logran captar su complejidad en su totalidad.

Este es, en efecto, el “segundo problema del problema”, la dificultad, ya inicial, de la traducción-traición de los libros de Liu Cixin y su complejidad, en un argumento coherente para Netflix, plataforma acostumbrada a aligerar esta clase de ficciones. Papini describía cómo, nosotros, los humanos occidentales del Siglo XXI, descubriríamos las literaturas asiáticas y nos enriquecerían, en un nuevo Renacimiento cultural. Es en este aspecto por el que hemos tratado a la obra de Liu Cixin, y nos hemos rendido ante esta, en su aparente y, sobre todo “exótica”, originalidad.

Empero, el “tercer problema del problema”, como serie, es la falta de empatía que, como espectadores, sentimos con los personajes -el crítico y editor británico de las revistas “Foundation” e “Interzone”, David Pringle, expresó una vez que, toda catástrofe (en ciencia ficción escrita), debe ser divertida por lo menos, si no logra empatizar con el lector, a pesar de que mueran miles de personas a lo largo de sus páginas-, llevando a estos “tres problemas del problema” a una resolución cansina, pesada, lenta y arrastrada que se expresa, finalmente, en tres largos bostezos.

Una lástima, con las expectativas que ha levantado esta adaptación.

3.0
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