Crítica de “Kinra”, un drama sobre la pérdida de la identidad de Marco Panatonic

Tiempos muertos y bellos planos del altiplano peruano, nos ubican espacial y temporalmente en la cosmovisión quechua, una realidad distinta vapuleada a diario por el trabajo precarizado que las comunidades están obligadas, por razones económicas, a realizar a diario.

Esta es la historia de Ignacio Cuba Castro Huamani en particular, y de todo un pueblo en general. La historia de una migración para sobrevivir y de un pueblo por conservar su cultura, sus rituales ancestrales, su tradición histórica, su identidad. Vemos el trabajo industrial en minerías que producen ladrillos, en la venta de baratijas en ferias o el rol de empleados en gráficas, labores contrapuestas al trabajo artesanal con telas o los cultivos en la montaña. La vida en la ciudad con trabajos para producir versus la vida en el monte con actividades para vivir.

En esa dicotomía taxativa Marco Panatonic construye su relato de resistencia, de penas y sufrimiento, de dolor por la pérdida pero también de reivindicación de la identidad quechua, de la importancia de su conservación y perduración en el tiempo. Con simpleza y sin subrayados innecesarios el director debutante expresa su visión de esta migración desde sus entrañas, sus experiencias a flor de piel, transmitidas por el lente de la cámara.

Kinra (2023) recupera una necesidad de contar desde otro lugar, con recursos tal vez no tan novedosos pero, sin lugar a dudas, honestos y personales. Un cine dispuesto a correrse de los lugares comunes del entretenimiento para convertirse en un alegato sin serlo y expresar una mirada comprometida sobre una cultura en vías de extinción.