Crítica de "Nuovo Olimpo", Ferzan Ozpetek y un amor sin etiquetas

En Nuovo Olimpo, Enea (Damiano Gavino) y Pietro (Andrea Di Luigi), dos jóvenes, uno estudiante de medicina y el otro aspirante a director de cine, cruzan sus caminos de manera fortuita en una sala de cine erótico de la Roma del 70, experimentan un apasionado y arrebatador amor, pero se ven separados por un inesperado giro político. A lo largo de los años que siguen, ambos persiguen la esperanza de reencontrarse, tejiendo un vínculo que trasciende el tiempo y las circunstancias.

La historia de amor que se despliega es, en muchos aspectos, un reflejo de la experiencia y las emociones del propio director que se inspira en sus propios recuerdos y vivencias para construir una narrativa que es tanto íntima como universal. A través de los personajes de Enea y Pietro, nos ofrece una ventana a su propia juventud y a los momentos de amor y pasión que lo han marcado.

La nostalgia es un componente fundamental de Nuovo Olimpo. A medida que la trama se desarrolla a lo largo de las décadas, el espectador es testigo de la evolución de los personajes y sus vidas, pero también de la constante presencia de ese amor perdido que nunca se ha desvanecido por completo. Esta nostalgia no solo se refleja en la trama, sino también en la cuidadosa recreación de la Roma de los años 70, 80, 90 y el nuevo milienio. La película está construida como un melodrama LGBTQI+, pero también como un viaje a través del tiempo, marcando cómo las experiencias del pasado pueden influir en el presente y el futuro.

Más alla de algunas inconsistencias y altibajos, Nuovo Olimpo es un relato de amor entre dos hombres que, más allá de las etiquetas de homosexualidad, bisexualidad o heterosexualidad, pone el foco en la esencia de las personas, mostrándolas tal como son, sin restricciones ni prejuicios.