Crítica de “Nevada”, un melodrama familiar ruso-argentino sobre la opresión a la mujer

Shura es una joven que se entera que su marido se escapó del hospital psiquiátrico en donde estaba. Desconcertada, sus horas comienzan a pesarle sucumbidas por el temor y la desesperanza. Preocupada por su bienestar y el de su hijo, Shura se sentirá perseguida por el miedo a la realidad.

Esta coproducción rusa-argentina somete al espectador a un horizonte poco alegre. La fotografía y el uso de tonalidades apagadas suman a una sensación claustrofóbica que solo se distorsiona con colores vivos cuando la protagonista toma el control de su vida. La puesta en escena (los detalles
en las habitaciones o la cocina) consigue una realidad absorta que potencia lo que se quiere contar.

Shura se siente aprisionada por la vida que tiene. Ella ya no ama a su marido, el cual la hizo sufrir y ya no es el mismo. La joven se presenta ante una encrucijada entre ese pasado que la oprime y sus verdaderos deseos. La inocencia y el futuro se revelan en la piel de su hijo, un niño que sufre por
su situación actual pero que acepta su crecimiento.

El largometraje nos abre la puerta a la mente de Shura. Ese elemento nos interpela e incita a que descifremos si la están persiguiendo o es un producto de su imaginación. Su suegra, con quien convive, la presiona todo el tiempo con la culpabilidad como objeto.

Nevada es un melodrama familiar filmado con seguridad y sentido. Con planos cerrados, cercanos y bajos, busca acercarnos a la sensación de esta mujer que, como muchas, se sienten atrapadas por la violencia machista y la cultura patriarcal. La película tiene mucho de Rusia, pero también mucho de Argentina. Eso la hace trascender ya que lo que se cuenta es un mal que afecta a casi todas las culturas.

Cruda y pesimista, su decisión de no ir más allá de ese temor que vive la protagonista, confina su mundo y expone una historia que, pese a que podría tener otro vuelo, se conforma con un fuego que se extingue y nos invita a reflexionar.