Crítica de "Tres hermanos", las bestias salvajes de Francisco Paparella

La segunda parte de la trilogía relata la historia de tres hermanos que se ven obligados a enfrentar sus propios demonios internos: la enfermedad, la adicción y la sexualidad. Estos hermanos trabajan en tareas rudas y comparten la misma residencia en la casa paterna, aislados de la civilización en una región donde la naturaleza se resiste a ser domesticada. A pesar de las diferencias en sus relaciones personales, la violencia es lo que une a estos hombres y es la que influye en sus vidas.

Paparella utiliza una narración pausada con diálogos escasos y situaciones sin resolver, así como amplios planos generales, para crear una distancia entre el espectador y la magnitud de la tragedia que experimentan los personajes. A medida que avanza la trama, se van desvelando secretos oscuros y traumas profundos que afectan a los personajes y ponen en peligro su estabilidad emocional. No obstante, el director logra humanizar a los hermanos, permitiendo al espectador conectarse con ellos y empatizar con sus luchas internas.

El sonido es una herramienta fundamental para transmitir la hostilidad del paisaje y la lucha constante por la supervivencia que enfrentan los protagonistas. El entorno inhóspito en el que se desenvuelven se presenta como una amenaza constante que los moldea y transforma en animales feroces. La montaña, el río y los incendios son elementos que refuerzan la brutalidad de la historia.

En Tres hermanos, Paparella hace hincapié en la representación de los cuerpos masculinos, mostrando escenas de desnudos, sexo violento y peleas a lo largo de la película. Esta representación, aunque controversial, se utiliza de manera eficaz para transmitir la brutalidad y la vida de los personajes, resaltando la importancia de la lucha interna y del ecosistema en el que se desenvuelven como factores determinantes en su desarrollo y transformación.

Tres hermanos invita a la reflexión sobre la complejidad de la naturaleza humana y su relación con el entorno. La maestría en la dirección, la sólida actuación de los protagonistas y la impactante utilización de elementos visuales y sonoros hacen de esta película una experiencia cinematográfica tan cruda como intensa.