Crítica de "Sugar": Colin Farrell interpreta a John Sugar, un detective muy peculiar

En honor a su apellido, John Sugar (Colin Farrell) es un detective que busca personas desaparecidas sin golpear ni lastimar a nadie. Incluso tiene especial atención y cuidado por tratar bien a cada persona que se cruza en su camino, sean o no criminales. Un estilo que roza la parodia para configurar a un personaje con puntos de contacto con Philip Marlowe o Sam Spade.

La trama comienza cuando un productor de Hollywood (James Cromwell) le encarga la búsqueda de Olivia Siegel (Sydney Chandler), su nieta actriz que ha desaparecido. Sugar accede porque, en un momento aclara ser "mucho más que un cinéfilo" en su amor por el cine, mientras la serie alterna imágenes de películas del periodo clásico con la investigación. Mientras Sugar intenta determinar qué le pasó a Olivia, también descubrirá secretos de la familia Siegel al inmiscuirse en el mundo del cine.

Con una estructura de policial negro, aunque sin recurrir del todo a esa estética, la producción de ocho episodios tiene a su protagonista deambulando entre buenos y malos para averiguar datos sobre el paradero de Olivia. Un trabajo que hace con elegancia, oficio y perseverancia, a bordo de su auto convertible. Pero no todo es color de rosa, Sugar también sufre temblores y pérdida de memoria momentánea, en una suerte de síntoma de un trauma que acarrea del pasado.

Creada por Mark Protosevich (Soy leyenda), quien también es productor ejecutivo, Sugar es una serie nostálgica que evoca a múltiples films noir, desde la estética y desde el argumento, ya que la resolución de la investigación del protagonista por una corrupta ciudad de Los Ángeles, tendrá mucho que ver con las referencias cinéfilas aportadas.