Crítica de "Tótem": Lila Áviles y un retrato íntimo de la vida familiar en medio de la adversidad

La trama de Tótem se desarrolla a lo largo de un único día en la vida de una familia que se reúne para conmemorar el cumpleaños de Tona (Mateo García Elizondo), un destacado artista plástico que lucha contra un cáncer avanzado y se encuentra recluido en una habitación, esforzándose por reunir las últimas fuerzas que le quedan para participar en el evento.

El punto de vista principal recae en Sol (Naíma Sentíes), una niña de siete años e hija de Tona, cuya inocencia y curiosidad dan vida a la narrativa. A través de sus ojos, observamos el bullicio de la preparación para la fiesta, los murmullos y gestos de los adultos, sin comprender del todo las preocupaciones que los rodean. Avilés capta magistralmente la complejidad de las relaciones familiares, tejiendo un tapiz de personajes diversos, cada uno con sus propias peculiaridades.

Con una meticulosa selección de planos cerrados y el uso de una cámara en mano, la directora opta por una puesta en escena claustrofóbica que se desenvuelve en un espacio-temporal donde pasado y presente se entrelazan, capturando de manera inmediata y visceral la situación de sus personajes. Tótem cumplía todas las reglas del género para convertirse en un melodrama puro, pero Avilés elige filmar con una naturalidad sorprendente, buscando momentos de autenticidad entre las grietas del abismo al que los personajes se enfrentan de diferentes maneras.

Con su enfoque íntimo y su aguda percepción de la vida cotidiana, Lila Avilés confirma su talento como una de las voces más originales del cine contemporáneo. A través de su mirada única y personal, nos invita a sumergirnos en la intimidad de un microcosmos familiar que trasciende los límites de la narrativa convencional, explorando temas más amplios como la naturaleza, la infancia, el tiempo, la vida y la muerte.