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Crítica de "Trenque Lauquen", geografía donde perderse, mapa para encontrarse

En su galardonada película, Laura Citarella narra todas las historias que convergen a partir de la desaparición de una mujer, manipulando con maestría una gran cantidad de recursos cinematográficos.

martes 27 de febrero de 2024

“Adiós, adiós / Me voy, me voy”.

Laura (una “casi” graduada en Biología que, por asuntos laborales, pasó los últimos meses en Trenque Lauquen) desaparece repentinamente. Dos hombres la buscan: Rafael, su pareja, que viene desde Buenos Aires, y Ezequiel, un compañero de trabajo. Recorren pueblos de la zona hablando con los lugareños, tratando de reconstruir la historia y de entender qué pasó. En el limpiaparabrisas del auto que Laura le había pedido prestado días antes, había un mensaje que solo Ezequiel podía entender: “Adiós, adiós / Me voy, me voy”.

El comienzo de Trenque Lauquen (2022) es sobre la ruta; esta es, en algún punto, una road movie, aunque los sentidos de los viajes emprendidos no sean únicos, aunque siempre haya idas y venidas. Los viajes son, en esta película, también una metáfora del movimiento. La estructura elegida no es lineal, pero tampoco es errática. Hay siempre un dato, una conversación, un hecho, algo que da lugar al próximo capítulo de la narración; la música es parte imprescindible de esta ecuación.

Trenque Lauquen es un rompecabezas, y también un (micro) universo en el que los géneros convergen. Laura y Ezequiel protagonizan un fragmento en el que se abocan a inquirir una historia del pasado, dando lugar a un vínculo amoroso: hay allí una referencia ineludible al cine de Hitchcock. Pero el misterio no es exclusividad de este fragmento, sino que prevalece desde la primera hasta la última escena. Nada es definitivo: la experiencia del espectador es la de formular y reformular preguntas, formular y reformular respuestas. El misterio adquiere múltiples formas.

La soledad, la amplitud, el silencio de los paisajes de la zona están documentados. Las guionistas (Laura Citarella y Laura Paredes) deciden subrayar con humor y buen tino algunas particularidades de la idiosincrasia de quienes los habitan. Hay un elemento más, un giro quizá inesperado, y es la aparición de lo fantástico.

El manejo de los géneros, el montaje, la renovación del elenco (hay personajes que aparecen sólo en la primera parte de la película y luego no regresan, y viceversa), los cambios de perspectiva y ese misterio que no deja de latir logran el objetivo de captar y sostener la atención del espectador durante los 260 minutos que dura Trenque Lauquen. Los personajes, incluso aquellos con apariciones muy breves, están magníficamente escritos. Cada intérprete (Laura Paredes, Ezequiel Pierri, Rafael Spregelburd, Cecilia Rainero, Juliana Muras, Elisa Carricajo, Verónica Llinás) construye un tono para su personaje, de acuerdo al lugar que ocupe en la historia, al género que prime en ese momento y al grupo con el que comparta pantalla.

Todos los personajes rondan en torno a Laura, y podemos ver a algunos de ellos poniendo en palabras, incluso con gran detalle, las hipótesis que fueron urdiendo. Sin embargo, el retrato más importante (en el sentido de más visceral y, por ello, más fiel) es aquel en el que Laura no es observada, descrita ni explicada por otro personaje ni postergada por otra historia. En ese momento podemos ver en Laura a Mona, la joven vagabunda encarnada por Sandrine Bonnaire en Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985) de Agnès Varda. Partir, perderse, hacer camino.

Cuando eligió las palabras de Carmen para su mensaje de despedida, Laura no solo le brindó una pista a Ezequiel, sino que decidió, a conciencia, que lo que haga de allí en más estará vinculado de alguna manera con lo que Carmen hizo. Encontrar a una referente, a alguien que, por algún motivo, nos inspire. A alguien que haya actuado de manera inesperada, que se haya corrido de lo imaginado por los demás. Hitchcock vuelve a aparecer en un reflejo del reflejo que existe en Vertigo (1958): en Laura está Carmen como en Madeleine estuvo Carlotta. Podríamos seguir el paralelismo un paso más, y decir que estos reflejos siguen siendo ficciones construidas por y para el ojo masculino.

Pero Laura investiga sobre mujeres que hayan tenido una vida relevante, y encuentra a una de ellas entre las páginas de un libro. Laura estudia la flora de la zona de Trenque Lauquen, y encuentra así una especie que será crucial en otro misterio. Evidentemente, ninguna de estas búsquedas son su objetivo final, hay algo que las alimenta y sin embargo las trasciende: a Laura la mueve el deseo. Lo que la pone en movimiento es un deseo que, probablemente, no pueda ser definido ni siquiera por ella misma (mucho menos, claro está, por los demás). El bellísimo último plano lo figura: aún en la brevedad, aún en la adversidad, el movimiento.

10.0
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