Crîtica de “Mad Props”: Cinéfila para coleccionista en un documental de Juan Pablo Reinoso

La felicidad de Tom Biolchini es inmensa, compartida con su familia, incluyendo a su hijo Rocco, de once años, quien comparte su pasión por el cine. Recientemente, adquirió el Santo Grial de utilería utilizado en la película "Indiana Jones y la última cruzada" ( (Indiana Jones and the Last Crusade, Steven Spielberg, 1997)) por una suma considerable.

Biolchini, afincado en Tulsa, Oklahoma, quiso dedicarse al cine, especializándose en el arte prostético. Fue abogado y, posteriormente, banquero. Con una buena cantidad en la cuenta, le ha sido relativamente fácil dedicarse a su pasión, el coleccionismo de objetos de cine, entre cuyas piezas más, digamos, “raras”, se encuentra la ball gag que aparece en Tiempos Violentos (Pulp Fiction, Quentin Tarantino, 1994). Mientras puja en línea, se pregunta por la identidad de aquellos otros coleccionistas, tan ávidos como él, que compiten por llevarse estos objetos codiciados. Esto lo lleva a recorrer, primero, los Estados Unidos y, luego, Europa, en pos de responder algunas cuestiones importantes, aparte de conocerlos personalmente.

¿Qué lleva a un adulto a gastar cifras altísimas de dinero para conseguir estas cosas? Indudablemente, una de las razones sitúa en la nostalgia por el cine, visto cuando se era niño o adolescente, la razón principal. La recuperación de un instante, de un momento clave, ensoñador, que no se repitió jamás. Es así cómo ese grial, o esa inquietante mordaza con una esfera roja de plástico en medio, están hechas, diría Shakespeare, de la misma materia de la que están hechos los sueños, un algo, paradójicamente, menos perecedero que la materia física que los conforma. Esta es, pues, la indagación que realiza Mad Props (2023), documental dirigido por Juan Pablo Reinoso.

El coleccionismo de piezas de cine no es muy antiguo. Se remonta a los últimos años del siglo XX. Hará unos treinta años, entonces. Empero, yo recuerdo haber leído sobre los empeñosos buscadores de los objetos que aparecen en Casablanca (Michael Curtiz, 1942) y Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, Victor Fleming, 1939), en mi infancia y adolescencia que, de alguna manera, marcaron mi propio camino como coleccionista de objetos de cine y primeras ediciones de libros.

Otra razón es el orgullo. ¿Para qué, si no, se ponen en vitrinas al alcance de todos? El coleccionismo ha cambiado. Si adquirir pinturas, esculturas o monedas antiguas otorgaba un estatus, son estas piezas, concebidas como desechables en un principio, los nuevos objetos artísticos, inmersos en la cultura pop, al democrático precio de un boleto de cine, las joyas de hoy, hechas por los artistas representantes de la mayor arte del Siglo XX y lo que va del XXI. Reflexionemos sobre esto. Pensemos en aquellos poseedores del cuadro de Courbet, “El origen del mundo”, el barón Hatvany y, después, el filósofo Jacques Lacan, que lo mantuvieron oculto, para deleite personal, supongo, o por rara pudibundez, antes de pasar a la exposición pública en el Musée d’Orsay de París. Había, en este acto, mucho de egoísmo y poco afán de exhibición, acaso dado por la naturaleza sexual de la pintura, pero no cabe duda que, los tiempos de ese cuadro, ya no son, ni pertenecen, a esta comunidad global, que puede identificarse con lo sucedido en una pantalla.

Biolchini visita a un coleccionista especializado, Arturo Reyes, de San José, California, interesado, sobre todo, en la franquicia Scream, que comenzara con Scream. Grita antes de morir (Scream, Wes Craven, 1996), que llevó un aliento fresco al subgénero del terror. Entre sus tesoros, Reyes exhibe el cuchillo con el cual Ghostface asesina a los aficionados al cine de terror. Un juego irónico digno de Maquiavelo. ¿Teme Reyes a una criatura, a una entelequia cinematográfica, a un Gosthface serial que de cuenta de los coleccionistas de objetos de cine? Evidentemente no. Y eso es lo divertido del asunto.

En Sussex, Inglaterra, Séan Lesponera le muestra las garras de Wolverine, uno de los personajes más carismáticos de los X Men, así como a “Rayita”, el gremlin original, líder de la pandilla de malosos en Gremlins (Joe Dante, 1984), mientras en San Marcos, Texas, David Mesa, de profesión tatuador, lo vende todo, desde autógrafos originales, pasando por las armas utilizadas en Corazón valiente (Bravehearth, Mel Gibson, 1995), a las aparecidas en la serie Juego de tronos (Game of Thrones). Biolchini y Mesa se preguntan si todo coleccionista de accesorios de cine, en realidad, comienza como coleccionista de figuras de acción. La respuesta parece ser que sí. Uno puede apelar a la madurez y al dejar la infancia atrás, pero, una vez llegada la cuarentena, el “démon du midi” o, en buen castizo, la crisis de la edad madura, si continuamos coleccionando este tipo de objetos, irremediablemente estamos perdidos. Y es una forma maravillosa de perderse.

Nicholas Giggey y Jacob Swiatek, de Boulder, Colorado, comparten la afición por coleccionar. Uno de sus tesoros es la cabeza del xenomorfo de Alien. El regreso (Aliens, James Cameron, 1986), valuado en sesenta mil dólares. Están convencidos de que la nostalgia y la identificación con personajes de películas son motivaciones clave en este camino.

Para adquirir estos objetos se necesita una tienda confiable que los certifique. “Props Store” de Londres, dirigida por Stephen Lane, comenzó como un simple coleccionista de figuras de acción y ahora es un emporio dedicado a esta pasión. Cada objeto, inicialmente considerado un subproducto de la filmación, posee un valor sociológico, histórico y cultural intrínseco, según Lane.

Los entrevistados y cofrades en esta afición coinciden en que cada pieza conservada y exhibida es un objeto de arte. Luca Cableri, curador del “Theatrum Mundi” en Arezzo, Italia, un auténtico Gabinete de Curiosidades del Siglo XXI, demuestra la importancia de los curadores en valorar estas piezas.

El documental no solo muestra los últimos eslabones en la cadena de valor, sino también a los creadores de las piezas. Nombres como el de Alec Gillis, de Amalgamated Dynamics, Inc., se hacen eco en el relato, junto con anécdotas de Robert Englund y Lance Henriksen.

El entusiasmo de Biolchini, apasionadamente retratado por Reinoso, se convierte en una locura contagiosa. Su pasión resuena con quienes buscan ansiosamente esos objetos de deseo que ya han hecho suyos en la pantalla. Mad Props logra su objetivo al dejar una reflexión sobre el quehacer del coleccionista y recordarnos el valor del sueño en la vida cotidiana.

8.0
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