Crítica de "El empresario", Germán Scelso teje el hilo de la historia y la memoria

La historia nos transporta a 1976, cuando un empresario fue secuestrado por la organización guerrillera ERP-22 de agosto mientras llevaba a sus nietos a la escuela. Dos meses después, el ejército irrumpió en la casa donde estaba cautivo y logró su liberación. En un giro inesperado, ese mismo día uno de los guerrilleros que participó en el secuestro fue secuestrado y desaparecido por la dictadura cívico-militar que gobernaba el país. Décadas después, el director Germán Scelso, hijo de ese desaparecido, se embarca en un viaje cinematográfico para dialogar con el hijo y los nietos del empresario secuestrado.

Scelso entrelaza la narrativa de la película mediante un delicado equilibrio entre las conversaciones personales y la profunda riqueza de un vasto archivo histórico. Este archivo abarca desde revistas, afiches, volantes, fotografías, diarios y publicidades de la época, hasta íntimas películas familiares que se convierten en un testimonio visual de una era en la historia argentina. Sin embargo, en lugar de mantener una mirada fríamente objetiva, el realizador opta por una aproximación íntima y reflexiva. Al sumergirse en la introspección y la exploración de la relación entre quien filma y quien es filmado, El empresario se convierte en un espejo que nos insta a reflexionar profundamente sobre la intrincada interacción entre el registro audiovisual y la reinterpretación de los acontecimientos pasados.

El empresario se establece como un intrigante punto de conversación con otra película del realizador cordobés, La sensibilidad (2011), revelando una continuidad temática y formal que arroja luz sobre el desarrollo de un universo artístico en constante evolución. Estas dos obras no se limitan a ser piezas aisladas en la filmografía de Scelso, sino que funcionan como elementos interconectados de un rompecabezas más amplio.

La relación entre ambas películas se manifiesta en múltiples niveles. Temáticamente, ambas obras exploran la genealogía de sus protagonistas, tanto a nivel familiar como histórico, arrojando luz sobre las conexiones intrincadas que tejen el pasado y el presente. Este diálogo entre El empresario y La sensibilidad no solo subraya una coherencia artística, sino que también nos invita a reflexionar sobre la continuidad de la vida, la historia y la memoria, y cómo estas se entrelazan en una danza constante de reinterpretación y redescubrimiento.

En tiempos en los que la verdad se pone en tela de juicio, El empresario nos recuerda la importancia de aprender de la historia, incluso cuando el contexto político se vuelve parte de un "circo mediático".