Similitudes entre el film de Dreyer y el de Nolan

La pasión de J. Robert Oppenheimer: De Juana de Arco al padre de la bomba atómica

Según el film, J. Robert Oppenheimer es una especie de Juana de Arco moderno. Ambos fueron visionarios apatronado por jerarcas, utilizados para ganar una guerra, devenidos en profetas apocalípticos (de tinte divino o nuclear), enjuiciados injustamente por sus propios gobiernos y eventualmente martirizados.

La pasión de J. Robert Oppenheimer: De Juana de Arco al padre de la bomba atómica
martes 25 de julio de 2023

En un momento de Oppenheimer alguien advierte al “Padre de la Bomba Atómica” que debe tener cuidado de caer en el rol de profeta, ya que los profetas “sólo pueden equivocarse una vez”. Con esa frase la película termina de construir su argumento central: Oppenheimer será culpado por los problemas que intentó resolver y castigado por las mismas personas que pidieron su ayuda. Y el enigmático Oppenheimer, con la conciencia pesada pero su convicción intacta, se dejará inmolar cual chivo expiatorio.

Según el film, J. Robert Oppenheimer es una especie de Juana de Arco moderno. Juana ardió en la hoguera; Oppenheimer fue sometido a una cacería de brujas simbólica. A fin de cuentas su caída fue orquestada mediante el cambio en su percepción pública: su carácter debía ser asesinado antes que su persona.

Christopher Nolan dirigió y escribió la película, adaptando la biografía “American Prometheus” de Kai Bird y Martin J. Sherwin. Es probable que leyendo el libro pensara en Juana de Arco; es aún más probable que se remitiera a La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer, la cual es una clara, poderosa influencia narrativa, estética, estructural y espiritual.

La película de Dreyer omite por completo la Guerra de los Cien Años. Se concentra exclusivamente en el juicio de Juana de Arco, en el que una corte de clérigos detestables la someten a una audiencia puramente ritual con tal de humillarla. Intentan desacreditarla, tergiversar sus palabras, engañarla con evidencia falsa. Juana responde honestamente y es más inteligente que sus acusadores. Cavila un instante pero finalmente se entrega a su destino con una  mezcla de tristeza y placidez mesiánica.

Anecdóticamente, Dreyer había construido para su película uno de los sets más caros de la historia (hoy en día tasado en unos doce millones de dólares), recreando a escala y en una sola pieza el castillo medieval de Rouen. Poco y nada se ve del castillo en la película. Dreyer eligió filmar ángulos bajos y planos extremadamente cerrados. Casi todo el juicio se muestra en una serie de intensos primeros planos dominados totalmente por los rostros de los actores, con fondos enrarecidos o apenas visibles.

Nolan repite el proceso en Oppenheimer. Primero eclipsa la Segunda Guerra Mundial, de principio a fin entreoída mediante anuncios de radio. No hay una sola imagen dedicada a la guerra, ni siquiera cuando los personajes ven (fuera de campo) evidencia fotográfica de sus horrores. Segundo, concentra el drama de su historia en dos audiencias - esencialmente interrogatorios - que forman el marco narrativo de la trama. En uno, Oppenheimer (Cillian Murphy) rinde cuentas sobre su lealtad y moral ante un tribunal irregular cuyo único propósito es desprestigiarlo. En otro, Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), némesis secreto de Oppenheimer, se entrevista en el Senado de EEUU para ratificar su candidatura política. Todo lo que ocurre fuera de estas audiencias está siendo relatado a modo de flashback en ellas, mientras un personaje cae en desgracia y el otro se alza hacia la gloria.

Vemos el recorrido de Oppenheimer desde sus días académicos en Europa, el reclutamiento de científicos para la construcción de la bomba atómica, la turbulencia de su vida familiar, la fricción con los brazos políticos y militares detrás del proyecto y finalmente la espectacular Prueba Trinity, seguida por una visión pesadillezca del horror nuclear. Pero aún fuera de las escenas de audiencias y deposiciones que dominan las tres horas de la película, la cámara de Nolan rehúsa despegarse de los rostros de sus personajes. El foco siempre está en el efecto emocional y psicológico que surte sobre los personajes

Con Oppenheimer, Nolan crea lo que probablemente es la experiencia más claustrofóbica que puede llegar a ofrecer IMAX. Una experiencia que está mucho más interesada en los personajes que en lo que ven, en lo que dicen en vez de lo que hacen. Es su forma de anclar una historia de un emprendimiento titánico de magnitudes apocalípticas en la perspectiva humana. La clave de todo esto es Cillian Murphy, cuyo impasible rostro de grandes ojos y mirada perdida acapara la pantalla y constituye el enigma principal de la película. Gris y cadavérico, parece carcomido por el papel que le toca interpretar en su propia historia.

Murphy no se ve muy distinto a Maria Falconetti, la actriz de Juana de Arco, tradicionalmente celebrada como la mejor actuación en la historia del cine. Comparten los mismos ojos, pómulos, labios; rostros esculpidos como si fueran esfinges, poseídos por la misteriosa pasión que consume su obra y sus almas. La batalla que termina con sus vidas ocurre en el plano de la percepción pública, fácil de manipular y envenenar. Nolan, como Dreyer antes de sí, elige buscar la máxima expresión de verdad en el rostro de su protagonista. En el caso del Padre de la Bomba Atómica, no hay palabras ni imágenes que mejor expresen la pasión y el horror por lo que ha creado.

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