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Crítica de "Transformers: El lado oscuro de la luna", juguetes para el Ministerio de Defensa

La mejor crítica a "Transformers" la hizo Thoreau dos siglos atrás: Aprovechen el tiempo, observen las horas del universo, no las de los autos. El término original refiere al car (vagón) de tren, pero la cita mantiene su efecto porque se refiere al espectáculo de lo artificial. Eso técnicamente implicaría a toda la cinematografía de la historia, pero probablemente la austera mirada de Thoreau estaba más dirigida al posible efecto enajenante de las cosas y menos hacia su construcción intrínseca.

Crítica de "Transformers: El lado oscuro de la luna", juguetes para el Ministerio de Defensa
viernes 16 de junio de 2023

Los Transformers van por su tercera entrega en la serie de Michael Bay. Se dividen en dos bandos alienígenas, los Autobots (los buenos) y los Decepticons (los malos). Ambos poseen dos formas: una antropomórfica y otra mimética, en la que pueden transformarse en autos (o plasmas, o fotocopiadoras, aparentemente). La lucha ha destruido su planeta natal hace dos películas y algunos miles de años, por lo que la continúan en la Tierra bajo la legislación del gobierno de los Estados Unidos. El eje humano se centra en Sam (Shia LaBeouf), el “protagonista” de la serie, si se quiere. Su conflicto es sospechosamente metareferencial: está frustrado por el protagonismo que los efectos especiales (es decir, los Transformers) han cobrado por sobre él, el rostro del bando humano de la cuestión.

Naturalmente se vuelve a involucrar en la lucha extraterrestre y termina olvidando que es un simple deuteragonista al lado de efectos especiales. Pero la audiencia, en dos horas y media de bombardeo audiovisual, no lo olvida. Filmada en un 70 por ciento en formato estereoscópico, Transformers: El lado oscuro de la luna (Transformers: Dark of the Moon, 2011) introduce la variación 3D a la serie. El recurso da algo de relieve a las imágenes, pero por lo demás no está tan aprovechado como en otros films más efectistas y menos técnicos. Éste es uno de esos films técnicos en el que el fragor de sus secuencias se debe menos al 3D y más a Michael Bay, que con tres films encima ha perfeccionado su dirección de los Transformers con batallas hacen gala de una libertad coreográfica otrora opacada por el montaje.

Aquí parece finalmente haber dominado las iteraciones posibles con sus juguetes. ¿Qué tiene de distinto la nueva película de Bay, que repite la trinidad de humor adolescente zonzo, espectacular hibridación de autos y armas y la objetificación fetichista de la mujer cual rezo? Los Transformers han sido un fenómeno de masas particular por su recorrido, habiendo comenzado como una línea de juguetes producida por Hasbro en los ‘80 y continuando como series de televisión, films de animación, cómics y video juegos. Pero en el corazón del mito siempre han sido juguetes, y Bay debería tratarlos como tales, animándose a contar la eterna historia de acción y aventura. Su visión, no obstante, se ancla en la actual coyuntura política norteamericana y su deleznable visión del mundo como una gran bomba de tiempo: los Transformers ya no son juguetes para niños, son juguetes para el Ministerio de Defensa, que les envía en misiones a “Medio Oriente” y Chernobyl.

El punto más bajo del film llega cuando Optimus Prime (Peter Cullen, que le da la voz desde hace 30 años), líder de los Autobots, contempla una Washington DC sometida por terroristas y lo que otro personaje identifica exactamente como “armas de destrucción masiva”. Optimus se vuelve a la cámara y lanza su grito de guerra: “¡Declaramos la guerra en nombre de la libertad!”. ¿No lo hacen todos?

4.0
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