3 Escenario – Competencia Internacional de Largometrajes - 8 Puntos

Crítica de "La voz del viento Raúl Barboza", el gran acordeonista argentino recibe otro emotivo homenaje en vida

El tercer film de Daniel Gaglianó confluye en un mix de material propio con flashbacks de archivos inéditos de otros realizadores, en una grata semblanza del músico litoraleño que vive en París hace más de tres décadas.

Crítica de "La voz del viento Raúl Barboza", el gran acordeonista argentino recibe otro emotivo homenaje en vida
viernes 17 de diciembre de 2021

Escuchar a Raúl Barboza ejecutando su instrumento el acordeón, es de un placer innegable. Nos hace recorrer los paisajes litoraleños de manera magistral. Conocedor de ríos, bañados, fauna y flora nordestina, nos transporta mágicamente y degustamos su lugar, su razón de vivir, su tierra sin mal. Escuchar a Raúl Barboza hablando de esas imágenes, contando anécdotas, referirse a sus colegas y coterráneos, es también de un encanto especial. Su hablar es pausado, preciso, suave, que se deja llevar volando por figuras descriptivas, sin nostalgia mustia pero sí con cierta melancolía optimista, una añoranza por los pagos, a los que sabe que va a regresar. Una y otra vez.  

Y esa deleitación, ese relato emitido, se ve cariñosamente plasmado en las imágenes de este segundo documental de Daniel Gaglianó, quien anteriormente ya había incursionado en la vida de otro músico, el notable guitarrista Walter Malosetti en su Solo de guitarra, ópera prima de 2004. El director deja fluir sabiamente el relato de la vida de Barboza a partir de las voces en off (a veces no) del propio protagonista, de algunos de sus colegas acordeonistas, y de otras personas que lo conocen. 

Por ejemplo su querida amiga y vecina francesa, Jaqueline Pons, quien de cierta manera se queja de que viviendo a tan solo 30 metros de distancia, pase tanto tiempo sin verse o cruzarse. Vale aquí contar un poco de esa relación. Ella junto a su marido el mendocino José Pons (fallecido en 2004), recibían en su casa desde la década del 60, a muchos músicos y artistas argentinos. Varios de ellos exiliados. Por ahí pasaron, entre otros, Astor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Eduardo Falú, Roberto Goyeneche, Jairo, Horacio Guarany, Susana Rinaldi, Cacho Tirao, Amelita Baltar, Horacio Ferrer, Horacio Salgán, León Gieco y Fito Páez. Pons no quería que tocasen instrumentos en su casa. Solo reunirse para charlar, comer, beber y eventualmente que alguien cante. Pero Raúl Barboza tocó su acordeón. Y encima hicieron un dúo con el dueño de casa tocando su piano Yamaha. 

El fluir narrativo que nos lleva de un lado al otro, tanto con tomas nuevas y grabaciones de los últimos años con el mechado de flashbacks más antiguos, es muy coherente con la propia vida de Barboza. Es que la suya es un ir y venir. Y cada regreso a la Argentina o al sur del Brasil, está matizado de abrazos, recuerdos, nostalgias y, básicamente, de encuentros musicales. De esos intercambios que nutren a unos y a otros. 

Una de esas reuniones es con su gran amigo, parceiro y hasta diríamos alumno, el sanfonista gaúcho Renato Borghetti. Que además es un luthier y le muestra a Raúl un acordeón verdulera -de solo dos hileras de botones para mano derecha. Este hace sonar la verdulera toda trasparente diseñada por Borghetti, y ambos ríen cuando dice que aún se acuerda como ejecutarla. Renato da una sentencia definitiva: “Como todos los músicos de Rio Grande do Sul, todos teníamos una forma de tocar el acordeón antes de conocer la música de Raúl Barboza, y otra después de conocer su música. Yo creo que Raúl Barboza fue como una división de aguas de la forma de tocar la música gaúcha. Un argentino interfiriendo agradablemente en la forma de tocar de brasileños y gauchos”

Estando de gira por Brasil aparece otro amigo gaúcho, Luiz Carlos Borges, con quien también hace dúos de acordeones. Y la edición del documental que también es otra creación narrativa, nos mete de golpe en el blanco y negro. Y allí están, unos cuantos años atrás, como en un desafío interpretativo Raúl Barboza por un lado y el genial alagoano Hermeto Pascoal con un pequeño acordeón de teclas. Es como un bienvenido slapstick, con Hermeto payaseando. Ese muy necesario toque de humor. 

Y en ese devenir, el lado argentino se hace presente con dos de los acordeonistas más populares hoy día. Por un lado está el correntino Antonio Tarragó Ros, quien recuerda y mucho lo bien que se llevaban su padre Tarragó Ros con el papá de Raúl y con el mismo Barboza. Precisamente dada la ciudad de origen de Antonio, Barboza reivindica su ADN que es guaraní, dado que su madre era de Curuzú Cuatiá. Aunque por esas cosas nació en Buenos Aires. Lo que se dice: “un provinciano nacido en la Capital Federal”. Por el otro el misionero Chango Spasiuk. Siempre se están encontrando en cada visita de Barboza a la Argentina. Ya sea con ensayos o tocando en el escenario. Y como siempre el Chango tocando su acordeón a piano. Efectivo también el momento con otro amigo suyo, el recordado guitarrista juninense Juanjo Domínguez. 

En la parte parisina de Raúl Barboza, además de los encuentros con los Pons, es bueno recordar que fue otro grande, Astor Piazzolla, quien lo recomienda a sus conocidos y al poco tiempo es contratado en otro mítico reducto parisino de música: el Trattoirs de Buenos Aires. Para los franceses la palabra del bandoneonista era sagrada. Así mismo nos enteramos que otro devoto seguidor de Barboza es Laurent Jarry, un luthier propiamente dicho de acordeones y bandoneones. Un artesano, un arreglador, un fabricante manual de fuelles con teclas. A quien recurre Raúl cual si fuera el médico de cabecera de su amado instrumento. Como si esto fuera poco un 25 de mayo de 2000, el Ministerio de Cultura y Comunicación de Francia le otorga a Barboza la distinción de Caballero de las Artes y las Letras. 

Como ya hemos dicho la historia va y viene entre Paris, el Litoral y Buenos Aires, Y en ese montaje el director hace uso de varios archivos inéditos o pocas veces vistos. Otro caso a destacar es el muy risueño y emotivo a la vez, reencuentro de Raúl con Nazareno Anconetani, justamente en la casa de la Gran “A”. Nazareno es el último de los cinco hermanos (Josefina, Luis, Juan y María), todos hijos del gran creador de acordeones Giuseppe Anconetani (y Elvira Moretti) quienes desde Ancona, en Italia, se establecieron finalmente en Buenos Aires (barrio de Chacarita) en la segunda década del 1900, creando su fábrica de acordeones, Anconetani. Esta escena pertenece al film Anconetani (2015) de Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi. Nazareno había fallecido 2 años antes. Vale aclarar que partes de la escena y tomas absolutamente inéditas, no estaban en la edición final del film referido. 

Aquí si es bueno remitirse a otra película. El documental -también de Silvia Di Florio- Raúl Barboza, el sentimiento de abrazar (2003), quien de la misma manera ha manejado como en este de Daniel Gaglianó, el respeto y el devenir por la obra y la palabra de Barboza. En aquél se hacía hincapié en la propia construcción de temas, canciones, y su representación final, con ensayos y concierto. Pero solamente de sus colegas de renombre, aparecía el Chango Spasiuk. Y en ambos la importancia de pertenecer, de identidad con viajes a las misiones guaraníes y el intercambio musical y afectivo con los originarios y nativos del lugar. 

En La voz del viento Raúl Barboza, la constante reivindicación y rescate del ritmo y el género del chamamé, se hace palpable a lo largo de todo el film como un derecho ganado, a pesar de una historia de cierto rechazo que hubo en el siglo pasado, de querer tapar una música que ejemplifica una región, una manera de vivir y sentir. Renato Borghetti y Luiz Carlos Borges son chamamé. Antonio Tarragó Ros y Chango Spasiuk son chamamé. Raúl Barboza es chamamé. El caballero del chamamé para muchos. 

Si el acordeón y el chamamé son sus camaradas y su sentir, el mate es su compinche, al cual él prepara de manera calma, ajustada, delicada, para disfrutarlo del primer al último sorbo. Y para el final nombrar a Olga, Olguita, su amor, su compañera, su pasión, su cómplice y todo. 

Sus canciones, sus temas son un exacto compendio de lo que nos brinda este entrañable film. Más allá de la distancia y lejanía, de vivir el invierno en Paris, Raúl Barboza tiene una sentida evocación de las vivencias entre amigos. Y cuando dice Para que baile mi gente, no es solo un deseo y la necesidad de sentir su Patria hermosa, sino de volver a estar en La tierra sin mal.

8.0
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