Sin prejuicios

Mektoub My Love: Intermezzo

La primera parte del monumental emprendimiento de Mektoub (destino, o lo que está escrito en el Corán, según cuán religiosa se pretenda la definición) estuvo signada por la polémica desde el inicio. No sólo por ese costado que puede leerse como religioso, sino por la dinámica de su filmación, de la que fueron desertando diversos productores. La extensión de cada una de las tres partes de esta película (o trilogía que sigue a algunos personajes) pone en duda su viabilidad comercial; duda que se acrecienta en razón de la explicitud con que se pone en escena la vitalidad con que sus protagonistas viven su libertad sexual.

Mektoub My Love: Intermezzo
La primera parte (Mektoub, My Love: Canto Uno, 2017) pudo verse por aquí tardía y accidentalmente en el último BAFICI. Y si en ella se seguía la deriva vital de un grupo de jóvenes mayoritariamente de origen árabe, con una impronta ciertamente narrativa, por un poco más de tres horas, la segunda parte prometía 4 horas de una continuidad que venía acompañada de unos cuantos problemas de producción que tomaron estado público. Cuando finalmente se develó el misterio, Mektoub My Love: Intermezzo (2019) “sólo” tuvo una duración de 3 horas y 21 minutos y fue proyectada en el 72 Festival de Cannes sin títulos de inicio y fin. Una especie de work in progress (se ha dicho que el director seguirá trabajando en la película) tan vivo como fuera de norma. Kechiche sube la apuesta y se concentra en la acción pura; poco queda de la lógica novelesca de la narración. El grupo de jóvenes disfruta de la playa en lo que parece uno de los últimos días del verano; conoce a una nueva amiga y quedan en ir a bailar a la noche. Allí todo se concentra en la dinámica de los cuerpos y en cómo la conversación casual esconde los diversos y cruzados intentos de levante; sólo lateralmente, medio en secreto, sabemos que una de las chicas está embarazada y piensa en el aborto. Esa primera hora, en la que el caer de la tarde se hace patente en los cambios de luz en los rostros y cuerpos (no puede hablarse de paisaje, ya que las tomas, muy cerradas, se concentran en los protagonistas) tiene un dejo rohmeriana en la manera de dejarse llevar por el río de la conversación. A partir de allí, la acción se transporta a una Disco y solo queda experimentar con el sonido de la potente música y los cuerpos bailando, hablando un poco a los gritos para poder escucharse, y aprovechando alguna escapada al baño para sacarse las ganas con una extensa sesión de sexo oral. El ritmo agitado, la transpiración de los cuerpos y la música marcan el rumbo de la película, en una dinámica en la que son las mujeres las que deciden, eligen, marcan los límites. El recuerdo de las declaraciones de Léa Seydoux en cuanto a la incomodidad que dijo sentir cuando filmó La vida de Adele (2013), seguramente haga mirar con resquemor la manera en la que Kechiche retrata los cuerpos femeninos. No me voy a hacer cargo de las intenciones del director y las interpretaciones que se hacen en relación con su pretendido onanismo; sólo diré que lo que logra es simplemente extraordinario. Todos los chistes que han dado vueltas en relación con la cantidad de minutos que dedica la película a planos de culos femeninos tienen algún asidero. Pero derivar de ahí algún tipo de misoginia o cosificación me parece que es al menos discutible. Kechiche se mete en el mundo de esa juventud sin juzgarla, sin caer en la moralina de la que parece no poder desprenderse cierta mirada. La película es pura vida, caliente, desprejuiciada. Y la sexualidad a flor de piel tiene que ver con la decisión de esos sujetos que eligen esa manera de disfrutar sus vidas. Las imágenes en contrapicado de cuerpos femeninos tiene menos de la lógica de los programas de bailanta que la apropiación de ese lugar común por parte de las protagonistas, que juegan y gozan de ese juego. El hecho de que el momento de mayor explicitud sexual sea un cunnilingus y no una felación, más allá de cómo es la dinámica demostrada en ese acto, es un hecho significativo que desmiente la idea de cosificación que sustentan quienes parecían más atentos al reloj para remarcar cuánto duraba la escena que sumergirse en lo que propone la película.
7.0
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