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Crítica de "L’empire" de Bruno Dumont, ganadora del Premio del Jurado en Berlín

En un contexto cotidiano y humano, espadas láser, naves espaciales y la lucha épica entre las fuerzas del Bien y del Mal se entrelazan de manera ingeniosa en la sátira hilarante presentada por Bruno Dumont.

Crítica de "L’empire" de Bruno Dumont, ganadora del Premio del Jurado en Berlín
martes 16 de abril de 2024

Merece destacarse la buena labor del jurado de esta 74° edición del Festival Internacional de Cine de Berlín. Presidido por la actriz, productora y directora estadounidense Lupita Nyong’o e integrado por Brady Corpet, Ann Hui, Christian Petzold, Albert Serra, Jasmine Trinca y Okzana Zabuzhko, el jurado galardonó a las películas que valían la pena de un conjunto que, en su mayoría, penduló entre lo anodino y olvidable y lo insostenible e inexplicable. Sin “obras mayores” (tanto Assayas como Hong, como el propio Dumont tienen películas mucho mejores que las presentadas aquí este año), lo cierto es que (con la excepción del demagógico reconocimiento a Emily Watson como intérprete de reparto en la horrible película de apertura, Small things like these, de Tim Mielants) los premios han sabido reconocer a lo mejor de la muestra.

Es particularmente valiente y llamativa la decisión de otorgar el Premio del Jurado a L’ Empire (2024), del cada vez más inclasificable Bruno Dumont. Las revistas internacionales que siguen cotidianamente el festival la habían destrozado (en Screen le otorgaron “1 estrellita” del máximo de 4 con que califican las películas que reseñan) y tanto la crítica como el público pareció quedarse bastante afuera de la nueva propuesta del  director que conocimos cuando hacía un cine tan distinto como el de La humanidad, Hors Satan o Flandres. Es que, desde que sorprendiera con la miniserie P’tit Quinquin hace algunos años en la entonces Quincena de los realizadores del Festival de Cannes, el realizador se viene sumergiendo cada vez más en el mundo de la comedia. Su humor es único: en él el sinsentido se une a una mirada distante, distanciada des sus personajes y de la sociedad francesa. Al exponer así los aparentes disparates que plantea, con seriedad y distanciamiento, lo cómico convive con la constatación de que ese disparate tiene mucho (demasiado) que ver con lo que sucede en la realidad. ¿Asunción de una postura política? Sin dudas. Pero, claro está, muy lejos de la bajada de línea o el discurso de barricada.

El punto del contacto con las películas de sus inicios quizás tenga que ver con el interés por los personajes anómalos, fuera de norma, atrapados por algo parecido al desvarío. En este caso, asistimos al combate entre poderes extraterrestres que, en un pueblito costero del norte de Francia, se bate a duelo frente a la llegada del Señor del Mal a la tierra (en la figura de un niñito de unos dos o tres años). Las derivas y los diálogos hunden sus raíces en la lógica de las pretendidas épicas en las que dialogan de cierto modo la saga de La guerra de las galaxias con la serie Juego de tronos. La grandilocuencia de las expresiones se contradice con el patetismo de las imágenes. No parece casual que muchos políticos en todo el mundo acudan a aquel tipo de discurso al comunicar y darse a conocer para sumar adeptos. Patrioterismo pedestre y alusiones religiosas se confunden en esa mirada que tanto menosprecia al pueblo. Así, el sinsentido conecta más con el presente de lo que algunos pareciera que pudieron advertir y la risa esconde la amargura de la constatación de que la invasión y el conflicto no provienen de otro planeta.

8.0
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