Salas
Crítica de "El castillo" y la economía de supervivencia en Martín Benchimol
"El castillo" (2023), de Martín Benchimol, estrenada el apartado Panorama de la 73 Berlinale, sigue la historia de Justina, quien luego de trabajar como empleada doméstica toda su vida, hereda de su antigua empleadora una enorme mansión. La única condición es que jamás la venda. Mientras la casa se derrumba y los animales del campo se venden, Alexia, su hija, se prepara para volver a la ciudad. Justina, por ahora, planea quedarse en el castillo, aferrada a su legado.
La cantidad, calidad y diversidad de propuestas argentinas incluidas en la 73° edición del Festival Internacional de Cine de Berlín desmiente a quienes agitan crisis terminales o aluden a modas que habrían pasado. No es que se desconozca la profundidad de los problemas económicos y de financiamiento. Está claro que el cine nacional ha debido adaptarse a un cambio sistémico en el que el apoyo estatal es cada vez más marginal, a filmar en menos semanas, etc. Y lo ha hecho con creatividad e inteligencia. La riqueza y heterogeneidad de miradas permite disimular muchas de esas carencias. Deberemos encontrar el modo para que la "emergencia" (como en la economía) no sea la regla, la situación habitual.
Lo dicho es una introducción pero también tiene que ver con la deriva de la personal y emocionante El castillo, de Martín Benchimol. Las protagonistas, Justina y Alexia, habitan un espacio inusual, del cual -a su manera- han sabido apropiarse. Eso tiene que ver con la historia que vamos descubriendo (la de los antiguos dueños dejándole la propiedad a Justina), así como la “economía de supervivencia” en ese palacete (ideada y sufrida por madre e hija). El tempo, lo que escuchamos y lo no dicho, lo que vemos y lo que no, da la idea de "pausa", de "previa", de espera de algo que finalmente terminará por suceder (más allá de los deseos implicados a su respecto).
En ese contexto anómalo, propio pero extranjero, El castillo ahonda con sensibilidad y empatía en una historia de crecimiento y separación, de aprendizaje y amor. Madre e hija descubren el modo el modo de separarse sin herirse, sin invadirse. Las protagonistas, en una dinámica en la que se interpretan a sí mismas, emocionan sin ambages ni subrayados. Naturalmente, como en un documental de observación (que no lo es) El castillo lleva a la pantalla grande la emoción de los pequeños detalles y momentos. A medida que avanza la trama comprendemos y queremos a sus protagonistas, nos implicamos y no podemos sino emocionarnos con ese hermoso final.