Crítica de "El Portal", Andrés Perugini deambula entre lo místico y lo real

La trama de El Portal (2023) se desarrolla hábilmente a través de los testimonios de los habitantes locales, quienes comparten sus recuerdos entrelazados con la figura de Tibaldi. La dualidad de opiniones entre aquellos que lo ven como un sanador milagroso y quienes lo cuestionan por supuestas fuerzas oscuras crea un tapiz fascinante de mitos y supersticiones que han permeado la realidad de estos pequeños pueblos.

El director, oriundo de la región, utiliza su conexión personal con el lugar para profundizar en la historia de Tibaldi y explorar las complejidades de las creencias arraigadas en la comunidad. Su búsqueda se traduce en una narrativa que invita a la audiencia a cuestionar la naturaleza de la realidad frente a la sugestión y la coincidencia.

El Portal se erige como un umbral entre dos mundos: el de los creyentes y el de los escépticos. La narrativa no solo desentraña el misterio que rodea a Tibaldi, sino que también explora cómo las creencias individuales se convierten en la columna vertebral de las explicaciones colectivas. Cada habitante del pueblo se aferra a estas creencias para dar sentido a lo que, de lo contrario, sería inexplicable.

El trabajo de Perugini, tanto en la dirección como en la construcción narrativa, destaca por su habilidad para capturar la esencia de la comunidad y presentarla de manera auténtica. Los paisajes de Iriarte y Germania se convierten en un personaje más de la historia, proporcionando el telón de fondo para este enigma que se desenvuelve en medio de la tranquilidad rural.

El Portal no solo es un vistazo a la vida de un curandero enigmático, sino también una reflexión sobre la influencia de las creencias en la percepción de la realidad. Un relato intrigante que interpela, dejando a los espectadores con la tarea de explorar sus propias creencias en un viaje más allá de lo evidente.