Crítica de “Mimang”, el camino del eterno retorno de Kim Taeyang

Mimang (2023) está dividida en tres segmentos, seguidos de un subtítulo, que sugiere las vueltas del destino. Un recorrido circular marcado por la repetición de situaciones, lugares y conversaciones ante el paso del tiempo.

Kim Taeyang hace una película filosófica y existencial con simpleza y recursos mínimos. Parejas de personajes caminando por las calles de Seúl alrededor del monumento a Yi Su-Sin. Son cineastas, gestores culturales, pero sobre todo, seres humanos, con sus penas y sensibilidad a flor de piel.

En el primer acto dos jóvenes se encuentran después de mucho tiempo y caminan compartiendo recuerdos como en una suerte de Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995) coreana. En el segundo un hombre que trabaja a diario con una mujer decide seguirla por las mismas calles para expresarle su afecto. En el último capítulo tres amigos se reúnen para recordar a un cuarto fallecido recientemente. Son los mismos personajes que se reencuentran en el transcurso de cuatro años. Transitar las calles y bares que compartieron en el pasado marca la dinámica de cada episodio.

El primero habla del futuro, el segundo del presente y el tercero del pasado, siempre asociados a los cambios sufridos por el espacio en el que deambulan. Las calles, los bares, el monumento, son mencionados una y otra vez por los personajes en sus comentarios. Ese cambio exterior escenifica el cambio interior. El constante movimiento de las parejas y los amigos muestran el “fluir” del tiempo con sutilidad.

El recorrido realizado adquiere forma de círculo, un retorno a los mismos lugares, las mismas emociones en una ciudad cosmopolita. Entre la importancia del reconocimiento del otro y la indiferencia del resto de los habitantes de la ciudad circulan los personajes, en esta película sensible, poética y profunda sobre la condición humana.