Crítica de "El negocio del dolor", David Yates y una profunda inmersión en la codicia farmacéutica y el mundo de los opioides

La trama se enfoca en Liza Drake, a quien da vida Emily Blunt, una madre soltera que, después de perder su empleo, se embarca en una búsqueda para redirigir su vida. No obstante, este camino toma un giro inesperado cuando Liza cruza caminos con Pete Brenner, interpretado por Chris Evans, un carismático representante de ventas farmacéuticas que la inicia en el intrigante y sombrío mundo de la medicina corporativa. A medida que la historia avanza, Liza se ve confrontada por una compleja realidad cuando debe enfrentar a su jefe (Andy García), cuyas acciones morales dejan mucho que desear.

Uno de los aspectos más destacados de la película es su capacidad para revelar de manera implacable las estrategias despiadadas de la industria farmacéutica, que aprovecha la fragilidad de aquellos que buscan alivio para su sufrimiento. Esta representación incómoda pero esencial del lado oscuro de la medicina corporativa es un recordatorio de cómo la avaricia puede infiltrarse incluso en los sectores destinados a aliviar el sufrimiento humano.

Sin embargo, la película se aventura en terreno peligroso al intentar abarcar una amplia gama de tonos, géneros y conceptos, desde el thriller y la sátira hasta la denuncia social y la superación personal. Aunque este enfoque multifacético demuestra la ambición creativa de la película, también genera un cierto desorden narrativo y una sensación de forzamiento. Esta amalgama de ideas podría haber sido mejor equilibrada para permitir que cada aspecto de la película funcione mejor y, al mismo tiempo, contribuya de manera más efectiva a la narrativa general.

A pesar de estas fluctuaciones, El negocio del dolor merece el reconocimiento por su intento de arrojar luz sobre un tema crítico de la sociedad actual. David Yates dirige una obra que no solo entretiene, sino que también provoca una profunda reflexión sobre las consecuencias humanas de la avaricia corporativa.