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Crítica de “La tragedia de Macbeth”, la fascinante versión del clásico de Shakespeare de Joel Coen

La película con Denzel Washington y Frances McDormand utiliza una puesta teatral despojada de elementos que ahonda en un constante clima de pesadilla.

jueves 13 de enero de 2022

El primer film en soledad de Joel Coen, nada tiene del humor corrosivo de los realizados con su hermano Ethan. Sin embargo, mantiene el amor por el cine demostrando un conocimiento enciclopédico de los grandes maestros a la hora de hacer una nueva versión de la obra de William Shakespeare.

La tragedia de Macbeth (The Tragedy of Macbeth, 2021) trae al presente el imaginario iconográfico de las adaptaciones shakespeareanas de Orson Welles. Tanto su Macbeth (1948) como su Otelo (1952) sobrevuelan todo el film producido por Joel Coen (que también escribe) y Frances McDormand bajo la firma de la -cada vez mas respetable- A24. El formato “cuadrado”, la escenografía indefinida por la bruma, las luces y sombras que hacen aparecer y desaparecer figuras en el aire, un expresivo uso del blanco y negro, planos contrapicados y picados, y rostros curtidos por los años y las experiencias de vida, producen una imagen plástica que evade el realismo desde el primer minuto.

Pero si hay una película implícita en esta versión de Macbeth es La pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d’Arc, 1928) de Carl Theodor Dreyer. Su estilo elabora una puesta en abismo de los fondos para destacar los primeros planos de los personajes en un espacio onírico e irreconocible. En ese universo orbita Macbeth (Denzel Washington) quien es manipulado por su mujer Lady Macbeth (Frances McDormand) y convencido de asesinar al rey Duncan (Brendan Gleeson) para quedarse con el trono de la peor manera posible. A partir de entonces, las alucinaciones acosan al protagonista en cada escena.

Denzel Washington y Frances McDormand componen a los reyes en el ocaso de sus vidas. No hay ambición de ascenso al poder sino temor por perder el control. Es el miedo el motor de los truculentos actos, y aquello que los hace perder la línea divisoria entre la cordura y la locura. Un recurso que coquetea con el cine de Robert Eggers (El faro) o el de David Lowery (El caballero verde).

La tragedia de Macbeth es una película hipnótica. Por sus actuaciones descomunales, su propuesta visual única y su tratamiento irreal de los acontecimientos. Y, aunque no condense la intensidad narrativa o la crueldad existencialista de otras versiones, su fuerza visual trasmite el poder del lenguaje cinematográfico. Impacta, seduce y traslada al espectador a otra dimensión.

8.0
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