En Salas - 8 Puntos

Crítica de "Karnawal", el difícil camino hacia la adultez en un drama ascético

Un mas que auspicioso debut del director Juan Pablo Félix sobre el crecimiento de un joven bailarín de malambo en un género que mezcla la película de camino, el drama familiar y el thriller policial.

miércoles 22 de septiembre de 2021

"Desde los cerros vienen bajando por la quebrada hasta mis ojos. Traen las voces de otros tiempos. Son distintos amautas son hijos del sol, y sueñan (y sueñan)". (Bruno Arias, saya “Caminantes”).

Al promediar la película Karnawal (2021), justamente comienzan a descender de los cerros los Pujllays, los Diablos que representan al Sol y vienen para desenterrar el Carnaval. Cabra, el protagonista de este relato, por primera vez disfruta completamente del baile. Sonríe, mira al cielo, cierra los ojos, da vueltas, zapatea –en zapatillas- con giros, vueltas y escobilleo. Su larga y negra cabellera –ahora recogida- está cubierta de pedacitos de papel. Está en medio de una comparsa del Carnaval, algo machadito (borrachito), abrazando a su reaparecido padre (El Corto, un delincuente extremo y seductor) y junto a su madre (Rosario, de rostro marcado). Todos bailando, festejando y disfrutando. Entre papel picado, talco, trompetas, bombos, platillos, redoblantes, bengalas de humo azul y griterío. Es el primer momento de alegría, felicidad y sonrisas. El único en realidad. 

Es justo a la mitad del film. Una historia sobre el crecimiento, el despertar hacia la adultez. Mezcla de película de camino y drama costumbrista y familiar. Antes conocimos a los integrantes de esta familia desarticulada; en un tono parco, medido, casi en silencio. Después ya en un estilo de thriller policial, cada quien habrá mostrado lo que realmente es. 

Cabra es un chango que está más preocupado en arreglarse el pelo para ir a ensayar el malambo, que atender el teléfono. Su objetivo inmediato –lo sabremos después- es conseguir plata para poder comprarse unas botas de cuero acordeonadas para zapateo. Por ese motivo, viaja en micro para cruzar la frontera a Bolivia (vive con su madre en Abra Pampa a 75 kms de La Quiaca) y en Villazón hará un trabajito algo parecido al contrabando hormiga. Va y viene cruzando la frontera, tratando de eludir a los gendarmes en Tres Cruces, ayudando a unas cholas poniéndose camperas y abrigos -que ellas contrabandean para revender en Jujuy-. Pero él, en este caso, no trae comestibles, ni ropas, sino un revólver. (¡Ayyy!) Y ahí comienzan sus nuevos dramas interfamiliares. Cabra casi no habla, parece mudito. Pero de una mirada intensa. Seco en las respuestas. En su relación con su mamá y Eusebio - la nueva pareja de ella, un gendarme desconfiado y buenudo- mantiene muy poco diálogo. No responde a las preguntas de todos los que representen autoridad, sea su madre, el novio de su mamá, o la policía. Y después veremos que también tiene esa actitud con su padre. Lo único que le da gratificación: zapatear frente al espejo, en silencio.

Mientras Cabra se prepara en cansadores ensayos con sus compañeros de grupo de malambo y un rígido pero correcto maestro coreógrafo de zapateo, para llegar a competir en el Campeonato Nacional; surge la posibilidad de ir a buscar a su padre, al que no ve hace por lo menos un año, que está preso en San Salvador. Es El Corto, un malandra de aquellos, un marginal que prefiere servir a los poderosos, para su supervivencia. Tendrá tres días de “licencia” para poder estar con su familia. Y en medio de las fiestas carnavalescas, sacará todo su bagaje de seducción. Tanto con su hijo como con su (¿ex?) mujer. Y antes de irse a Tilcara para aprovechar la noche de Carnaval (y arreglar el auto), El Corto los lleva a las afueras de la ciudad, a la casona con pileta de un amigo, que es en realidad su patrón. Típico capanga bien de aire oligarca, un mandamás de botas lustradas, cigarro, asado, lleno de plata, contrabandista de combustible y con negocios en Salta. Lo provee de un nuevo celular para contactarlo. Y de una botella de whisky. 

Al Cabra se le hace muy cuesta arriba la convivencia con sus mayores. Rosario se desvive por él, más allá del trato parco y diario. Ella a diferencia de su novio que hace poco y nada, solo ser gendarme, y de su ex, un lumpen que solo quiere atención carnal; carga las garrafas de gas, prepara la comida, trabaja de enfermera casera con vecinas, limpia el coche medio desvencijado. 

Con Eusebio no le va, ni le viene. Cabra no se banca a su "padrastro". Lo mira con desconfianza. Este le pega un sopapo cuando no le gusta lo que le responde. Y su padre, El Corto, también lo maltrata. Cachetazo aquí, cachetazo allá. Una zapatilla que vuela. “La frontera no es lo que era antes” le espeta por sus viajes a Villazón. Y cuando se entera que lo busca la policía, lo encara y le dice: "Me importa un carajo tu ensayo, mierda". Lo que sí tiene claro su padre, que es un chorro, entre otras cosas, es que no quiere que su hijo se junte con traficantes de “Zapatillas”. 

El director y guionista arrecifeño Juan Pablo Félix tiene muy en claro lo que quiere contar y mostrar (Vale aquí destacar y agradecer los planos generales durante los ensayos y el zapateo final, rodados de una manera totalizadora, que es sin duda la mejor manera de mostrar un baile). Una familia desajustada donde cada uno se expresa y se relaciona como sabe, o como puede. Pero el eje de todo, el centro es sin duda el Cabra, ese adolescente al que no le es fácil mostrar su interior, pero que al mirarse en el espejo, quiere ver a un hombre que se planta firme y decidido a cumplir su sueño. Cabra es Martín López Lacci, salteño y Campeón Nacional de Malambo en categoría menor, una revelación con un ajustado y sobresaliente debut en cine. Sus miradas, sus gestos, sus silencios son contundentes. Muy bien contenido por Mónica Lairana (su mamá Rosario) con rostro adusto, de frases cortas y precisas, súper creíble hasta en los mínimos movimientos. Y ni hablar de su padre, El Corto, papel a cargo del gran comediante chileno Alfredo Castro, donde tanto el actor como el personaje pueden jugar maravillosamente con ese vaivén que va de lo incisivo, severo y violento, a la sonrisa fascinante y la palabra seductora. 

Casi todo el film mantiene una sensación de asordinamiento, que parece que va a estallar en cualquier instante, como un flash. Y estar filmando casi todo el tiempo entre 2500 y 3700 metros sobre el nivel del mar, también ayuda a que los personajes tengan esas actitudes, formas de actuar y de relacionarse. Todos ellos, especialmente los adultos, tienen mucho aun que aprender, aunque no estén dispuestos a los cambios. Salvo el Cabra, quien además de silencioso es muy observador. Y a su profesor sí que lo respeta, lo entiende y le hace caso. Es por eso que frente a la actitud final de sus padres, él pega el grito y termina bailando y zapateando con la cabeza en alto como le pedía su maestro. 

"Con su wipala multicolores, bajan al son de los cascabeles. Traen la paz y el saber de los Andes. Son distintos..."

8.0
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