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Crítica de “El escuadrón suicida”, James Gunn va de Marvel a DC sin escalas

Desplegando todo el arsenal del dispositivo cinematográfico, James Gunn construye en la propuesta una dinámica aventura de los antihéroes más incorrectos del universo DC para, además, reflexionar sobre la dominación política, económica y social de los países del tercer mundo.

domingo 01 de agosto de 2021

Un grupo de villanos outsiders son convocados para cumplir una misión que les permitiría, de esta manera, reducir sus condenas, las que, en muchos de los casos, los tendría de por vida tras las rejas. Así, desembarcan en Corto Maltés, una isla ficticia en donde un siniestro plan de control de la época nazi debe ser desbaratado. Pero no será fácil ya que además de lidiar con un grupo de guerrilleros locales que buscan alzarse con el poder y derrocar al dictador que los domina, tendrán que medirse con sus compañeros.

Gunn despliega su conocimiento sobre el género y lo potencia con una pirotecnia visual, valiéndose de ralentíes, travellings y constantes movimientos de cámara que trazan una ecléctica narrativa que no se detiene. Porque no es su idea despertar reflexión, al contrario, sólo quiere desarrollar un ritmo vertiginoso para seguir a alguno de los personajes centrales en el caso de que elija optar por ello.

Película explosiva, en la que no se menciona jamás la olvidable película predecesora que buscaba posicionarse como una irreverente muestra del comic, El Escuadrón Suicida (The Suicide Squad, 2021), justifica cada desborde y explosión con una infinidad de gags que resignifican cada paso desde el guion.

Hay además un aggiornamiento de memorables secuencias cinematográficas de películas clásicas, que en el reinventarse desde el consumo irónico, posicionan la propuesta como un gran entretenimiento sin medir siquiera las consecuencias de aquello que está haciendo. Como ejemplo basta el desembarco inicial en la isla, por parte de una primera camada del escuadrón, para reelaborar el cine bélico y sus posibles lecturas más fundamentalistas.

Y en medio del entretenimiento, entre fuegos artificiales y vertiginosas escenas de acción y lucha, el guion plantea en la caricatura de Silvio Luna (Juan Diego Botto), dictador de Corto Maltés, una reflexión sobre el sangriento pasado de la región, en donde hombres sin escrúpulos, respondiendo a intereses de países centrales, ejercieron una sangrienta gesta en nombre de la moral y las buenas costumbres.

Mención especial para la decisión de Gunn que Corto Maltés sea un no lugar, pero que posea acento “argentino”, no solo en la proliferación de “boludos” en los diálogos, sino en la profusión de referencias culturales y sociales a lo largo del metraje, con una Mafalda patinadora colgando del espejo retrovisor del vehículo que utiliza el escuadrón para infiltrarse en la ciudad, el Fernet como bebida festiva oficial, por nombrar solo algunas de las referencias.

7.0
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