Crítica de "Pablo Escobar, La Traición": Atracción fatal

Pablo Escobar Gaviria y Virginia Vallejo se cruzaron por primera vez en una fiesta alrededor de 1983. En ese momento, Vallejo era la presentadora más destacada de la televisión colombiana, mientras que Escobar emergía como uno de los nuevos ricos del país. Entre ellos surgió una química palpable, propia de aquellos que se sienten poderosos, creen ser intocables y comprenden los beneficios de una asociación simbiótica. Para Escobar, Virginia representaba la belleza y la sofisticación de los estridentes años ochenta, mientras que para ella, él encarnaba la aventura y la promesa de un futuro materialmente próspero. Esta fiesta marcó el inicio de una historia de amor, pero también el preludio de la tragedia que los envolvería.

Desde ese encuentro inicial, la relación entre Virginia y Pablo estuvo marcada por altibajos, asesinatos, encarcelamientos, atentados y cambios políticos constantes. La película sigue el típico patrón narrativo de los biopics centrados en Escobar, adoptando más la forma de una fábula o tragedia griega que de un relato histórico. Aunque se repite el itinerario convencional de retratar a Escobar como político, hombre del pueblo, narcotraficante, recluso y finalmente fugitivo antes de su muerte, la película no aporta nada sustancialmente nuevo a lo ya visto en series como Narcos o El patrón del mal.

Fernando León de Aranoa optó por un enfoque internacional que lo llevó a cometer errores notables, como el uso inconsistente y burdo del spanglish en algunas escenas. La interpretación exagerada de Penélope Cruz como Virginia Vallejo resalta el aspecto televisivo de su personaje, mientras que ambos protagonistas forman una pareja peculiar que la trama explora de manera limitada. Aunque la historia se narra desde la perspectiva de Vallejo, la película parece más interesada en resaltar la figura de Escobar que en profundizar en la relación entre los dos.

El enfoque íntimo que prometía revelar el lado menos conocido de Escobar termina siendo superficial y anecdótico, relegado a un segundo plano en este espectáculo centrado en Escobar. Las escenas centradas en el narcotraficante, de las cuales Vallejo estaba ajena en la realidad, resultan inverosímiles y desvían la atención de lo que podría haber sido un retrato más completo y matizado de la relación entre los dos protagonistas. En última instancia, el punto de vista de Vallejo se convierte en poco más que una curiosidad dentro del circo mediático que rodea la figura de Escobar.