El abogado del mal

Por lo general los thrillers judiciales, esos que adoran los casos penales y nos obligan a calzarnos los zapatos del abogado defensor o del fiscal de turno, suelen ofrecer un balance entre la investigación propiamente dicha del crimen en cuestión y la dialéctica de la manipulación de todos los “intérpretes de la ley”. Hablamos de las dos grandes constantes del género: mientras que la primera responde a los engranajes del policial mugriento, el que trabaja con el cadáver fresco de la víctima y con la recolección de evidencias/ testimonios que puedan condenar o exculpar mediante la eficiencia o estupidez de los uniformados, la segunda es más sutil debido a que adopta el lenguaje de la hipocresía estatal y gusta de atiborrarnos de eufemismos sobre los basamentos de la justicia ciega e institucionalizada.Así las cosas, sinceramente se hace muy difícil entregar algo nuevo en el campo de los courtroom dramas, todo un rubro que viene dando batalla desde mediados del siglo pasado y las primigenias 12 hombres en pugna (12 Angry Men, 1957), Testigo de Cargo (Witness for the Prosecution, 1957), Compulsion (1959), Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959) y Matar a un Ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962). La película que hoy nos ocupa, El abogado del mal, resulta una grata sorpresa no sólo porque decide saltearse la pesquisa detectivesca a través de la presentación de un homicidio con “culpable explícito”, de esos que no dejan mucho margen para las dubitaciones, sino que además lo hace con elegancia y manejando una entonación seca en el estrado (aquí no tenemos extensos alegatos ya que priman -en cambio- las preguntas directas a los testigos).El eje de la historia es el asesinato vía una puñalada en el pecho de Boone Lassiter (Jim Belushi), un burgués rico que maltrataba a su hijo adolescente Mike (Gabriel Basso) y su esposa Loretta (Renée Zellweger). La imputación cae precisamente sobre el joven, a quien varios testigos dicen haber escuchado reconocer la autoría del crimen, apenas unos minutos después del hecho. El abogado defensor es un allegado de la familia, Richard Ramsay (Keanu Reeves), una especie de estratega todo terreno que deberá enfrentarse a los cargos que plantea la fiscalía y al propio mutismo total de Mike desde la muerte de su padre. La interrelación entre los personajes está bien administrada por el guión de Rafael Jackson, permitiendo que los detalles vayan fluyendo en cada caso, pero lamentablemente también recurre a estereotipos que empantanan un poco el suspenso como -por ejemplo- el de la abogada idealista/ naif, hoy Janelle (Gugu Mbatha-Raw), la asistente inexperta de Ramsay.Por momentos el film toma prestadas las minucias de lo que sería la típica segunda mitad de un capítulo de Law & Order, cuando ya entramos a los tribunales y dejamos en el pasado la antología policial: de hecho, la realizadora Courtney Hunt trabajó en un par de episodios del spin-off más exitoso de la serie original, Law & Order: Special Victims Unit (como conviene no adelantar demasiado, sólo diremos que las temáticas de fondo son bastante similares). Si bien este segundo largometraje de la directora se ubica debajo de su ópera prima, la interesante Río Congelado (Frozen River, 2008), aquí garantiza un desempeño más que correcto por parte de un Keanu Reeves maduro y nos presenta el regreso a la actuación de Renée Zellweger luego de seis años de retiro, ahora transformada por un cúmulo de cirugías estéticas fallidas. La lucha entre la certeza general y lo que es conveniente para el cliente pasa a primer plano gracias a un puñado de giros eficaces e inesperados que aluden tanto a La verdad desnuda (Primal Fear, 1996) como a los guiones trash de Joe Eszterhas.