Crítica de “Demonio negro”, la venganza del tiburón ecologista

En una de las escenas, un personaje le dice a otro: "No trates de entenderlo", una frase que parece aplicarse a la película en su conjunto. Demonio Negro (The Black Demon, 2023) plantea que el tiburón no es simplemente un depredador marino, sino una fuerza que encarna la venganza de los dioses por el daño ecológico que los seres humanos infligen a la tierra, o en este caso, al mar.

Paul (Josh Lucas) trabaja para una compañía petrolera que realiza extracciones en alta mar. Viaja con su familia a Bahía Azul en México, donde se encuentra una de las instalaciones que debe supervisar. Cuando llega a la plataforma, los trabajadores están aterrorizados: un megalodón acecha la zona y devora a cualquier persona que se atreva a entrar al agua. La familia queda varada allí, y la película se sumerge en largas explicaciones sobre el origen del mal.

La historia del Demonio Negro se centra en la furia del dios Tláloc, quien, enfurecido por el daño ambiental causado por un derrame de petróleo en aguas abiertas, resucita a una criatura prehistórica, el megalodón, para castigar a los responsables. El protagonista, Paul, se ve obligado a reconocer su responsabilidad y enfrentar al monstruo antes de que devore a todos.

Demonio negro utiliza la trillada estructura de “gente acechada por un tiburón en medio del océano” para dar un mensaje ecológico. Pero la mediocre realización de Adrian Grunberg (Vacaciones explosivas, Rambo 5) le da a la propuesta una seriedad exagerada que provoca risas en lugar de miedos. El guión escrito por Carlos Cisco y Boise Esquerra aporta largas e innecesarias explicaciones al drama sufrido por los personajes que desentonan con un género que requiere tomarse la cosa a la ligera.

Tono melodramático en cubierta y acción mal filmada debajo del mar (las persecuciones marítimas no se entienden generando confusión más que tensión), en un film que tiene una idea potente pero nunca sabe cuál es la mejor manera de desarrollarla.