Crítica de "Román", de Majo Staffolani, luminosidad
En su segunda película Majo Staffolani vuelve a trabajar sobre la temática LGBTI pero con muchas diferencias a "Colmena" (2017), su ópera prima, no solo en cuanto a que ahora el retrato es sobre una historia de “chicos”, sino también en lo formal, con una narrativa y estética, mucho más sólida.

Román (Carlo Argento), tiene 50 años, está casado, tiene una hija y trabaja en una inmobiliaria. Ya desde su presentación uno puede notar que Román no es feliz pero está cómodo en su situación. Con su mujer mucho no habla y en su trabajo lo usan. Un día cae en su casa un compañero de teatro de su hija -impecable Gastón Cocchiarale- con el que inmediatamente pega buena onda y, como en un laberinto del que no se puede salir, una situación llevará a otra convirtiendo el deseo en realidad.
Staffolani hace posible lo imposible y filma una película en tiempo record. Ahora lo hace en cinco días y en veinte locaciones, pero eso termina siendo un dato de color cuando uno se enfrenta a cada una de las imágenes de Román (2018), cuidadas al extremo, construidas con una plasticidad realista gracias al trabajo de la DF Mariana Bomba, que apuesta a un naturalismo visual, despojado de luz artificial y que se tiñe de luminosidad a medida que Román rompe con sus propios prejuicios y se deja llevar por el deseo.
En Román no hay cuerpos esbeltos de gimnasio ni metrosexuales, sus protagonistas son seres comunes como cualquier mortal que evitan la pose y el histerismo. No piensan mucho en lo que hacen y se dejan llevar por lo que sienten, tampoco hay promiscuidad. Simplemente formas de amar y amarse. No importa mucho el que dirán.
La película es una oda a la libertad del deseo, sin cuestionamientos ni moralinas baratas. Tampoco lo hacen los personajes que no se juzgan ni a ellos ni a los otros. El crecimiento de Majo Staffolani entre Colmena y Román es abismal, no solo por la consistencia narrativa, con historias que cierran y evitando abrir la trama innecesariamente a historias secundarias, sino también en cuanto a una estética mucho más cuidada y prolija, más allá de cierta suciedad visual adrede con planos cerrados y cámara en movimiento que ya es parte de un estilo.
La pregunta que uno se hace es que si en cinco días y con mínimos recursos filma una película tan potente, ¿qué es capaz de hacer si cuenta con un poco más que lo básico? Habrá que esperar.