Crítica de “El pájaro loco se va de campamento”: el éxito inesperado de Netflix

En tiempos de remakes, reboots y revivals, le llega el turno -de regresar- al popular dibujo animado del pájaro loco creado por Walter Lantz y diseñado originalmente por Ben Hardaway, autor también de Bugs Bunny y el Pato Lucas, con quienes comparte un estilo de comedia histriónica.

Una caricatura creada a raíz de un ruidoso pájaro carpintero que irrumpió en la luna de miel de Walter Lantz, su creador, agujereando el techo de su cabaña en California. Antes de descargar su enojo con una escopeta, su flamante esposa le sugirió que sublime su malestar en el papel, creando al burlón "loquillo".

El cine de animación infantil ha sabido cosechar éxito al atraer a un público de edad escolar pero también, a los padres de estos niños, que se reencuentran nostálgicamente con personajes de su infancia. Esta sumatoria de edades garantiza el visionado de esta producción que combina elementos 3D con acción en vivo y animación por computadora, al estilo de otras exitosas producciones como Los Pitufos (The Smurfs, 2011) o Sonic, la película (Sonic the Hedgehog, 2020).

La trama de El Pájaro Loco se va de campamento (Woody Woodpecker Goes to Camp, 2024) sigue a Woody, el pájaro loco, quien, tras ser expulsado de su hogar en el bosque, encuentra refugio en Campamento Hoo, donde se une a un grupo de niños en una competencia infantil que pondrá a prueba su valentía y habilidades.

Aunque dirigida al público infantil, la película está cargada de chistes simples y un humor un tanto predecible. A pesar de la emotividad de algunas escenas y la conexión con el personaje, la trama se extiende más de lo necesario, volviéndose repetitiva y haciendo que la experiencia se sienta interminable.

El Pájaro Loco se va de campamento revive la esencia del personaje clásico, conocido por su característica risa contagiosa. Y nada más.