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Crítica de "Renfield: Asistente de vampiro", Nicolas Cage y un Drácula con sabor a poco
El maestro de la sobreactuación Nicolas Cage se pone en la piel de Drácula en una película que lo desaprovecha al darle poquísimo tiempo en escena y relegarlo al fondo de una trama mediocre.
Dirigida por Chris McKay y escrita por Robert Kirkman, Renfield: Asistente de vampiro (Renfield, 2023) opta por contar la versión menos interesante de una premisa moderna sobre una historia clásica.
La idea de examinar la relación de co-dependencia entre el vampiro y su epónimo sirviente es intrigante. Son interpretados respectivamente por Cage y Nicholas Hoult. La participación extravagante y desaforada de Cage es el primer golpe de genio; el segundo y última es la narración introductoria de Hoult, acompañada por las escenas más icónicas del seminal film Dracula (Tod Browning, 1931) en las que ambos actores reemplazan digitalmente a Bela Lugosi y Dwight Frye - flashbacks hechos de material de archivo, intervenidos cómica y afectuosamente.
Establece bien el humor de la historia. Luego de un siglo de procurar víctimas para su maestro, Renfield se encuentra en Nueva Orleans atendiendo un grupo de apoyo para personas atrapadas en relaciones abusivas. Inicialmente ésta es su solución moral para alimentar a Drácula, secuestrando abusadores y transformándolos en víctimas, pero cuando comprende la naturaleza tóxica de su relación con “su jefe” (como interpretan sus compañeros) decide superarla.
El comienzo es prometedor pero el resto de la película no se encuentra a la altura, eligiendo concentrarse en una trama policial de tediosa banalidad en la que policías y narcos (encabezados por Awkwafina y Ben Schwartz respectivamente) se disputan el control de la ciudad, y en escenas de acción de exageradísima violencia que inundan la pantalla de sangre pero no están dirigidas de manera creíble o excitante. Aquí falta un Sam Raimi dispuesto a humillar a su héroe, enfrentarlo a una realidad desagradable y recorrer la fina línea entre horror y comedia.
Ocurre que la misma película que decide victimizar a Renfield también decide darle poderes de superhéroe - el paquete básico de fuerza, agilidad e invulnerabilidad - los cuales desata cada vez que come un insecto (lleva varios en una cajita, como la espinaca de Popeye). Renfield, además de tener toda la introspección de la que es capaz desde un principio, puede controlar casi cualquier situación con sus poderes. Nunca sufrimos con él ni descubrimos nada nuevo sobre él.
Haciendo espontáneamente de superhéroe una noche, Renfield se inserta en la trama policial que termina dominando el resto de una historia que desperdicia todo su potencial. Si Rebecca (Awkwafina) venga la muerte de su padre o Teddy (Schwartz) domina el bajo mundo criminal no son nociones que le van a importar a nadie. No sólo son intrusos en el conflicto central: el cuasi romance con Rebecca y la cuasi rivalidad con Teddy están menos cuidados que el dodo.
La relación entre Renfield y Drácula es un buen gancho, y Cage aporta un mínimo de star power, precioso e indulgente. Es la excepción a un producto que no solo está hecho a base de relleno - no hay otra forma de describir el engrudo de clichés huecos que lo componen - sino que parece mandado a rellenar el anaquel de acción de Netflix: entretenimiento descartable que sólo se vende por la presencia de una estrella y la promesa traicionera de un enfoque novedoso.