2023-09-19

Salas

Crítica de "Hace mucho que no duermo", Agustín Godoy y el absurdo misterio de la mochila

En los primeros minutos de Hace mucho que no duermo (2022) el espectador es testigo de cómo una mochila pasa de mano en mano hasta que por un error termina en las manos de un oficinista insomne, un hombre gris que parece no condecirse con la época en que se desarrolla la historia. Unos segundos después lo vemos huir sin saber por qué (ni él ni nadie), mientras que un ejército de hombres y mujeres hacen lo imposible para recuperarla y volver a perderla.

Con una fuerte influencia de Invasión (1969), de Hugo Santiago, y también de Castro (2009), de Alejo Moguillansky, con quien Godoy trabajó durante algún tiempo, Hace mucho que no duermo es una verdadera rareza en todo sentido. Por momentos impacta gracias a su puesta en escena frenética, sus planos estudiados hasta el más mínimo detalle, y su prosa en verso, mientras por otros desconcierta frente a la inusual narrativa en donde la trama pareciera no avanzar o repetirse como en loop.

Magistralmente coreografiada, con una cámara que muestra a una ciudad de Buenos Aires en todo su esplendor, arquitectónico y paisajístico, y un rigor en la puesta en escena poco frecuente, Godoy logra, más allá del resultado final, una película que se desprende del resto, absurda y extraña, con referencias a un pasado cinéfilo, pero con la visión de un futuro prometedor.

 

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