2024-04-06

Sala Lugones

Crítica de "La terminal": Gustavo Fontán y un viaje a la poesía cotidiana

La película se desarrolla principalmente en el escenario de esta estación de micros, un lugar donde la calma aparente se quiebra con cada llegada y partida de los transportes. Es en este ir y venir que la vida cobra vida, y donde el director captura la esencia misma de la existencia humana: una sucesión de momentos efímeros que alteran la quietud e impulsan al movimiento.

Uno de los elementos más notables de La terminal es la manera en que la luz se convierte en un personaje más de la historia. La luz, en constante movimiento, baña la escena y transforma todo lo que toca. Una metáfora visual de cómo las experiencias y las personas pueden cambiar y moldearse por las circunstancias.

Pero más allá de la luz y el movimiento de la estación, lo que realmente da vida a este documental son las historias de amor que flotan en el aire. Fontán nos presenta fragmentos de conversaciones, miradas furtivas y gestos tiernos que dan forma a un discurso amoroso fragmentado. Estas historias son como piezas de un rompecabezas, y es tarea del espectador unirlas y darles sentido.

Las voces múltiples que habitan la terminal se convierten en personajes por derecho propio. Son almas errantes que deambulan en un espacio atemporal, como en un remolino eterno. En estas voces, vemos reflejadas las múltiples facetas del amor y las relaciones humanas: la pasión, el deseo, la melancolía y la esperanza, todo ello en un constante fluir.

Gustavo Fontán nos invita a sumergirnos en la poesía de lo cotidiano. A través de su mirada contemplativa y el buen uso de la luz y el sonido, nos recuerda que la vida está llena de momentos fugaces que alteran la quietud y transforman. En medio de esta danza de historias de amor, encontramos la belleza y la fragilidad de la existencia humana.

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