2024-02-05

Salas

Crítica de “Ferrari”, Adam Driver y la ambición de Michael Mann

No es que el film no posea una estructura bastante convencional dentro de todo, pero el foco y la ambición en la dirección y el guión de Troy Kennedy Martin elevan la película.

A través de Ferrari (2023), el cineasta pincela a su protagonista predilecto: un antihéroe egoísta, metódico y obsesivo que vive al margen de una ambición autodestructiva. Y si bien Ferrari no se concibe como el típico poliladrón de Mann - Thief (1981), Fuego contra fuego (Heat, 1995) o Miami Vice (2006), por nombrar una obra maestra por década - la película mana su inconfundible energía de melancolía y peligro inminente.

En 1957 Ferrari (Adam Driver) acaba de perder a su hijo, penden sobre él la muerte de varios amigos, su empresa se encuentra al borde de la bancarrota y su vida doméstica está precariamente balanceada entre su esposa y socia Laura (Penélope Cruz) y su amante Lina (Shailene Woodley), con quien ha producido en secreto a un hijo bastardo que ama pero no quiere reconocer. Cada faceta de su vida está cargada de tensión y amenaza con quebrar en cualquier momento: que si la empresa muere independiente o se esclaviza buscando socorro, que si puede apadrinar pilotos sin también demandar su sacrificio, que si debe elegir entre un hijo muerto o un heredero sin nombre.

Driver interpreta a Il Commendatore como un hombre gris y enlutado que somatiza el enorme vacío que lleva adentro en la necesidad visceral no sólo de triunfar sino de tener control absoluto. El actor da una interpretación característicamente intensa y taciturna pero la película limita el estudio del personaje a su “pasión letal”, como la describe, más que su psicología. No viene a explicar a Ferrari, simplemente a retratarlo. Cruz, como Laura, termina dándole corazón y vigor a la historia en un papel que se contrasta sutilmente con el de su marido.

La mitad más floja de la película se encuentra típicamente en las escenas domésticas entre Enzo y Lina, que parecen más de relleno que otra cosa, y en el personaje de Alfonso de Portago (Gabriel Leone), un joven piloto que ambiciona el estrellato y busca reiteradamente el tutelaje de Ferrari. “Fon” ocupa el rol de deuteragonista en la trama pero recibe una caracterización blanda y no muy memorable.

La infame Mil Millas, una ardua carrera de resistencia, otorga un clímax espectacular a la película. Mann es quizás uno de los mejores estilistas en buscar realismo e inmediatez en las escenas de acción. Las secuencias de carreras se filman vertiginosamente; no hay elemento ante la cámara o en la banda sonora que no augure peligro o suene como una alarma. Y sin embargo los choques resultan sorprendentes: ocurren de un segundo a otro y muestran la brutalidad de cada siniestro con un detallismo imparcial y perturbador.

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