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Crítica de “El duro”: Jake Gyllenhaal en una historia que se traslada a la playa y hace agua

La remake del clásico de culto de los ochenta “El duro” busca aggiornar las bases del film con Patrick Swayze pero se olvida de algunos rasgos fundamentales.

viernes 22 de marzo de 2024

Antes que nada hay que decir que El duro (Road House, 1989) no era una gran película. Es un film que sabía combinar con mucho dinamismo y encanto rock and roll, carteles con luces de neón, sexo mal filmado, y peleas de bar. La remake dirigida por el especialista en secuencias de acción Doug Liman sólo hace pie en las espectaculares peleas.

Dalton (Jake Gyllenhaal) es un luchador de la UFC (artes marciales mixtas) con rasgos suicidas, que es convocado por Frankie (Jessica Williams) para ser el guardia de seguridad de un bar que ella regentea en la playa, más precisamente en uno de los Cayos de la Florida. Cuando Dalton comienza a poner orden empieza a tener conflictos con Ben Brandt (Billy Magnussen), el violento empresario dueño de la región.

El duro (Road House, 2024) empieza con un plano subjetivo de un luchador arriba del ring golpeando de manera violenta a otro. Un anticipo del lugar en el que la remake del film con Patrick Swayze elige para contar la historia: la coreográfica pelea. Un elemento que puede aggiornarse a la época de manera espectacular con movimientos de cámara que “se meten” en medio de la acción. Algo que destaca a Doug Liman en Identidad desconocida (The Bourne Identity, 2002), Sr. y Sra. Smith (2005), Al filo del mañana (Edge of Tomorrow, 2014),o Barry Seal: Sólo en América (American Made, 2017).

El problema es que el argumento de la película original simula el ambiente de una rockola, esos bares de ruta en donde suena rock and roll y los clientes llegan en motos choperas. Ambiente áspero y de tipos poco amigables. Al trasladar la acción a la playa estos componentes quedan marginados casi de inmediato. El bar de playa supone otro ambiente y otra música.

Por otro lado, la escena de sexo entre Dalton y la doctora Ellie (Daniela Melchior) queda fuera de campo. Existe una exuberancia de cuerpos semi desnudos pero son solo masculinos. No hay, en cambio, mujeres mostrando los pechos como parte de un chiste para justificar el excesivo alcohol ingerido por los comensales. En definitiva, no hay nada seductor en el film de Liman, ni el sexo, ni las luces de neón (ni siquiera el bar tiene un cartel en su fachada) ni buenos temas de rock and roll que escuchar (apenas suenan un par sobre el final).

Sí, por el contrario, la remake tiene la intención de explicitar su estructura narrativa (“esto es un western” dicen en un momento) en tanto el héroe llega a imponer el orden en un ambiente alejado y dominado por la barbarie. Algunas situaciones son tomadas con gracia o a la ligera como en el film original, también producido por Joel Silver, responsable de los éxitos ochentosos de Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987) y Duro de Matar (Die Hard, 1988). Pero el tono burlón aquí nunca alcanza su nivel para sobrellevar un argumento plagado de excesos.

Lo que hacía interesante, o al menos divertida, a la película de 1989 era esa combinación de catarsis liberadora entre el ambiente de rock, las insinuaciones sexuales y las peleas a golpe de puño y patada, de la cual solo quedaron las luchas cuerpo a cuerpo. La original, insistimos, no era una gran película pero, al lado de esta remake, es una obra de arte.

4.0
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