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Crítica de "Taekwondo", los chicos solo quieren divertirse

Marco Berger y Martín Farina son dos directores con un estilo y una personalidad cinematográfica bien definida. Cuando uno ve sus películas puede reconocer algo de ellos sin siquiera saber quiénes fueron sus hacedores. Después de una primera colaboración juntos en "Fulboy" (2014) codirigen "Taekwondo" (2016), una película donde se combinan a la perfección las características de ambos cineastas.

Crítica de "Taekwondo", los chicos solo quieren divertirse
sábado 16 de abril de 2016

Fer está de vacaciones en una quinta de Ezeiza con varios de sus amigos de la infancia. Pero también invitó a Germán, un pibe de taekwondo y que solo él conoce, aunque muy superficialmente. Germán poco tiene que ver con esa jauría de hombres que derrapan testosterona. Es más bien callado, le gusta encerrarse en el baño a leer, es gay (aunque en ese grupo nadie lo sabe); y si bien disfruta de esos cuerpos que se pasean desnudos como Adán en el paraíso, está en ese lugar por algo. Y ese algo o alguien es Fer.

Taekwondo es un hibrido entre Fulboy (2014) y Hawaii (2013). Está el universo masculino de vestuario que Farina tan bien reflejó en su ópera prima, y también la relación inconcreta entre dos hombres que por algún motivo no avanza, ya un clásico en la obra de Berger. El homo erotismo está presente desde la escena inicial y va creciendo a medida que la trama avanza. Hombres que se tocan, se acarician, se rozan, se bañan juntos, se meten al sauna, andan semidesnudos permanentemente y no paran de hablar de sexo.

Si Berger inventó el “plano bulto”, Farina va más allá y se le puede atribuir el “plano pija”. En Taekwondo la ambigüedad es reemplazada por la explicites. Todo es mucho más guarro, hay crudeza desde los diálogos hasta los roces. Pero por otro lado hay una forma exquisita de mostrar los cuerpos, un elemento característico de Farina.

Cuando Fernando y Germán están solos todo cambia. El registro vira a la ambigüedad, dando la sensación de que el entorno se evapora y el universo está habitado únicamente por ellos dos. Sin que pase nada y solo sean diálogos banales se nota la mano de Berger en la construcción de la tensión sexual, otro tópico de su filmografía.

La dupla Berger-Farina logra una comedia simple, bien contada, bonita, sin grandes pretensiones intelectuales, y con la proeza de haber sido filmada durante una semana del último verano en una casa quinta que alguien les prestó, sin ningún tipo de apoyo y con un casting de actores con muy poca experiencia previa. Cuando hay talento, ideas y ganas las cosas se pueden hacer. Y bien.

7.0
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