Crítica de "La calle de la amargura", Arturo Ripstein entre máscaras, disfraces y espejos

Siguiendo la línea de su último film (Las razones del corazón, 2011), Arturo Ripstein retoma el uso del blanco y negro en "La calle de la amargura" (2015) pero no será para disminuir matices sino para resaltarlos.

Crítica de "La calle de la amargura", Arturo Ripstein entre máscaras, disfraces y espejos
viernes 11 de septiembre de 2015

La expresiva iluminación destaca figuras en el ambiente, dibujando de manera poética formas y texturas en los decorados angustiantes donde viven los personajes. 

Por momentos utilizando recursos del expresionismo alemán, trazando líneas oblicuas con las sombras sobre escaleras y personajes; en otros trasmitiendo la densidad del ambiente opresivo, resaltando manchas de humedad en las paredes, o goteras interminables, al mejor estilo Andrei Tarkovski en Stalker, La Zona (Stalker, 1979).

La historia nos trae a dos mujeres (las actrices mexicanas Patricia Reyes Espindola y Nora Velázquez), prostitutas en edad madura que subsisten con su trabajo a duras penas, mientras drogan a sus clientes para quitarles algo más de dinero. Por otra parte están los “enanitos”, dos peleadores de catch “La Parkita” y “Espectrito Jr.”, que no se quitan la máscara por ningún motivo. También estarán la hija adolescente de una de las mujeres, su marido que gusta vestirse de mujer y encerrarse con “chamacos”, y la anciana madre y ex prostituta que se encuentra postrada en un carro con el que pide limosnas a diario. La historia se basa en un caso real ocurrido en 2009 en la Ciudad de México.

En este particular universo se desarrolla la trama escrita por la habitual guionista de Ripstein, Paz Alicia Garcíadiego, y dirigida por él con su particular estilo de pocos planos y movimientos leves de cámara por el interior de las habitaciones, siempre manteniendo una distancia prudencial de los personajes. Las máscaras, disfraces y espejos, como en sus anteriores films, vienen a expresar la "doble cara" del mexicano y con ellas su hipocresía, presente en la imagen social construida tanto para el resto como para sí mismo, que difiere de la realidad. Es en esa realidad, en ese reflejo oculto donde el director posiciona su cámara.

La subversión del melodrama transitado una y otra vez el director para dar una mirada crítica de “la mexicanidad”, no está trabajado esta vez en el sentido estricto de la palabra. No hay aquí una tragedia que va creciendo en tensión y angustia, sino una historia con forma de costumbrismo, cercano al grotesco y -con él- a la comedia.

La calle de la amargura no genera el impacto de otros films del director de Profundo Carmesí (1996), pero sigue fiel a su estilo y particular visión de su mundo.

7.0
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