Triste y lenta despedida

Melancholia

En Melancholia (2011), Lars von Trier encuentra el equilibrio entre la temática y la forma. Lejos de los artificios anodinos en los que su cine suele caer, aquí sostiene la tensión dramática en pos de la situación que los personajes viven. Y, de esta manera, los humaniza.

Melancholia
lunes 13 de julio de 2015
Para observar los efectos de una catástrofe, puede alcanzar y sobrar con una minúscula habitación. En Melancholia no hay exactamente una habitación, pero sí hay un territorio mucho más pequeño que, digamos, una ciudad o varias ciudades. Casi una figura excluyente dentro del cine de ciencia ficción, el apocalipsis queda relegado a la fórmula “efectos especiales, destrucción y salvación”. En una de sus más mesuradas películas, Lars von Trier reconstruye esta figura bíblica a través de un relato familiar, íntimo, en donde la conciencia femenina ocupa un espacio central. Casi como en un universo shakespereano, en Melancholia lo anímico tiene una analogía con lo cosmológico. Justine (Kirsten Dunst) representa el humor melancólico, la añoranza, pero a la vez la sabiduría. Acaba de formalizar un matrimonio que, ya desde el altar, se revela efímero. Su hermana, Claire (Charlotte Gainsbourg, musa del director danés), es la mesura, la contención que ella encontrará cuando su mundo interno se derrumbe. A lo lejos, en el espacio, ronda el planeta Melancholia, y se advierte la posibilidad de que choque contra la Tierra, por más que John (Kiefer Sutherland), el marido de Claire, sostenga que eso es improbable. Hay en Melancholia una construcción del drama interno muy bien dosificado con la (escasa) información que modela la tragedia natural. Casi como si apenas se rozaran, las pulsiones destructivas de los personajes dialogan con ese contexto apocalíptico de manera tangencial, esporádica, pero a la vez potente. Como nunca antes, el tono operístico (condensado aquí en pasajes de Tristán e Isolda) le sienta de maravillas al relato, y todo el sopor y la angustia de los personajes se perciben genuinos, vívidos, intensos. En esa tríada entre las hermanas y John se dirimen paradigmas, modos de vincularse con la totalidad. La extinción de la Tierra funciona como generadora de diversas ideas sobre cómo afrontar la soledad, aún estando juntos. Hay algo de drama de tesis en esta película, de condensación moral (un poco a la manera de las obras de Henrik Ibsen) en la relación entre estas dos hermanas que, como Antígona e Ismene (otra vez, la tragedia), representan la pasión y la norma.Lars von Trier cumple además con un acierto formal: no cede ante el regodeo artificioso. Con unos pocos efectos especiales construye esa amenaza exterior midiéndola con la interioridad de sus bellas criaturas (y no al revés). El final aspira a lo sublime, a lo inasible de todo el pathos trágico, y resume, acaso, una de las imágenes más potentes de toda su filmografía.
8.0
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