Cuando todo cambia

Anita

Una película protagonizada por una chica con síndrome de Down invita a recorrer un sinuoso camino de golpes bajos que, afortunadamente para el cine argentino y para el público, Marcos Carnevale evade con inteligencia. El director de Elsa y Fred construye una tierna reflexión sobre la responsabilidad, el amor y cómo la vida puede cambiar en un instante.

Anita
miércoles 26 de agosto de 2009
Ese instante es el atentado a la AMIA en julio de 1994. Aquella fría mañana, Anita (Alejandra Manzo) esperaba que su madre vuelva cuando deviene la tragedia. Aturdida y absorta en su realidad, la joven parte sin rumbo fijo en medio del desconcierto porteño ante la inesperada explosión.Es durante ese derrotero cuando la película toma la primera decisión acertada. Ante la sorpresa que una nena discapacitada causa en los ocasionales transeúntes, la primera reacción es el rechazo: a lo ajeno, a lo poco común, a lo distinto. Así, mientras lo políticamente correcto indicaba un cobijamiento y ayuda instantánea, Carnevale muestra un comportamiento reacio a la ayuda desinteresada que finalmente llega, más por lástima y condescendencia que por vocación solidaria.La segunda decisión que hace de Anita una buena película es la apuesta por la inteligencia del público. Al comienzo del filme vemos cómo ella y su madre (Norma Aleandro) se duermen tomadas de la mano desde sus camas separadas. Luego de la explosión, la protagonista, cuya paseo dominical por el zoo se postergó por el deseo de su hermano de ver el mundial, se detiene frente a unta tienda de electrodomésticos donde mira anonada la imagen un de elefante en el único televisor que no transmite la cobertura del atentado. Son momentos pequeños y cotidianos pero sintomáticos de una dependencia absoluta y de la vida en un mundo propio donde no hay lugar para atentados ni asesinatos que Carnevale muestra sin subrayados y sobreexplicaciones. Es el espectador el encargado de darle sentido a lo que el director ofrece.Así, Anita demuestra que, cuando se trabaja pensando en el público, con seriedad y profesionalismo -la escena de la explosión, mas allá de las referencias ineludibles a Contra el enemigo (The Siege, 1998) de Edward Zwick, tiene una factura técnica impecable lamentablemente poco habitual en el cine argentino-, y se concibe a una película como un producto artístico antes que una mercancía, las cosas salen bien.
8.0
Te puede interesar
Últimas noticias
MÁS VISTAS