2022-04-27

Netflix - 8 Puntos

Crítica de "Midsommar: El terror no espera la noche", la pesadilla de una noche de verano

Escrita y dirigida por Ari Aster, el lozano realizador detrás de El legado del diablo (Hereditary, 2018), Midsommar: El terror no espera la noche (Midsommar, 2019) es otra excelente película de terror que se inspira en una visión original para labrar una atmósfera perturbadora. 

Cinco jóvenes universitarios viajan a un remoto pueblo en Suecia a presenciar un festival de solsticio de verano (el “Midsommar” del título). Es una comunidad desafectada de la civilización moderna donde todos visten la misma túnica blanca, llevan una vida ascética y observan rituales estrictos. El festival en cuestión dura nueve días y es el más importante del pueblo.

La trama es sencilla, casi decepcionante: es obvio que las cosas en el apacible pueblo no son lo que parecen y que el ritual va a involucrar a los jóvenes invitados de alguna forma horrible. En este sentido no guarda grandes sorpresas. Y sin embargo la película tiene un poder hipnótico. La forma en que se filma y el ritmo que lleva sugieren un mal que ha pervertido el mismo cuerpo de la película. El horror de Midsommar: El terror no espera la noche es el de la subversión del orden natural: simetrías ominosas, contrastes espantosos, composiciones sugestivas, cosas escondidas a plena vista.

Quizás lo que vuelve el horror tan efectivo es una cuestión de perspectiva. El mal no es algo que irrumpe e invade las vidas de nuestros protagonistas (el escalofriante prólogo lo deja bien en claro); más bien los intrusos son ellos, sin saberlo, y su desesperación es la del héroe Lovecraftiano que transgrede en un reino pervertido y descubre su verdadero papel en el indiferente orden del cosmos. La película parece dirigida y filmada desde este “otro lado”, según estas otras reglas, canalizando toda la crueldad y la severidad que conllevan.

Las pistas abundan. Las escenas se anticipan en forma de dibujos, pinturas, bordados, advertencias. La sensación es que se trata de un mal tan antiguo y poderoso que no necesita esconderse o engañar a nadie para surtir efecto. Simplemente pasa desapercibido y se asimila dentro de la vida cotidiana, lo cual lo vuelve tanto más atemorizante. Los personajes lo ignoran porque no están equipados para interpretar lo que ven o porque carecen de perspectiva para notar lo que debería elevar sospechas.

En medio de este calvario comienza a destacar la relación entre Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor), un noviazgo tóxico que se halla en sus últimas ya al comienzo de la historia pero que persiste dada la vulnerabilidad emocional de ella y los ardides manipuladores de él. No es sorpresa que si la película termina tratando sobre algo es sobre el resultado de esta relación, dándole una dimensión personal y trágica a una historia bastante rudimentaria como para ameritar las 2 horas 30 minutos.

A pesar de que no se relacionan literalmente, Midsommar: El terror no espera la noche funciona como una suerte de secuela espiritual de El legado del diablo. Ambas son tan prolijas y atmosféricas como descarnadas. Ambas tienen de tema la familia (profana) y el dolor (inconsolable). Si El legado del diablo se construye sobre una serie de shocks funestos que van complejizando la trama, Midsommar: El terror no espera la noche es una ebullición lenta que lo carcome todo. Probablemente la primera es técnicamente mejor gracias a la economía y precisión de su composición, la tensión de sus giros y una actuación sin igual de Toni Collette, pero el poder de Midsommar: El terror no espera la noche es profundo e innegable.

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