Libre en la pradera

Yara

Tras la dolorosa y descomunal Homeland (Iraq Year Zero) (2015) el realizador iraquí Abbas Fahdel regresa a la pantalla con Yara (2018), una propuesta que bucea, a partir de la historia particular de la niña/mujer que da nombre a la película, en las consecuencias y daños colaterales del conflicto bélico en la región.

Yara
miércoles 14 de noviembre de 2018
Yara (Michelle Wehbe) vive con su abuela en medio de las montañas rodeada de naturaleza que la inspiran a seguir en armonía con su entorno y consigo misma. A partir de la ocasional llegada de un joven llamado Elías (Elias Freifer), el despertar sexual comienza a hacerla transgredir aquellos mandatos que viene cumpliendo desde siempre sin siquiera cuestionárselos. Así, entre sus deseos y aquello que la mirada ajena quiere imponerle, Abbas Fahdel comienza a trazar los lineamientos de una obra potente, poética, bella, que introduce la inocencia como posibilidad de escape a la realidad para perpetuar la existencia.Desde la contemplación, y con semejanzas a un cine que supo encontrar en Abbas Kiarostami un claro exponente y vector, Abbas Fahdel se separa de su anterior película, recorriendo desde el límite entre ficción y documental los senderos que la propia naturaleza ha surcado en la montaña en donde vive la protagonista para extasiar al espectador. La pantalla vibra con los verdes rebosantes de aquellas laderas en las que el vértigo podría jugarle una mala pasada a esta joven deseante, y se detiene en la particularidad de la región y su relación con la guerra que supo vaciar el lugar.Yara duele porque la inocencia de los planteos iniciales, joven viviendo en un lugar bello casi paradisíaco, se desdibuja con aquel rifle que pende de la cabeza de la niña arriba de su cama, un siniestro referente de todo lo que ha preferido dejar fuera en esta oportunidad, pero que se enuncia como contexto velado desde la omisión.El amor, la familia, la sencillez de la vida, en una increíble secuencia Elías atiende su teléfono móvil en medio de la nada misma, un paraíso en el que es inimaginable que haya señal para recepcionar comunicaciones. El joven la interpela a que tenga también uno, a lo que ella dice “¿para qué, para hablar con las cabras?”. Desde esa sencillez, con un relato que prefiere narrar a partir de situaciones y acciones, en donde los diálogos apelan a cotidianeidad, Yara comienza a trazar su potencia con la inevitable sensación que en las decisiones de los otros, la libertad de ella comienza a cuestionarse, y allí el film cambia su tono, porque deviene en la censura de pulsiones recién descubiertas y en un patriarcado que marca a fuego su cuerpo.La impactante belleza e interpretación de su protagonista, con un rostro que la cámara ama y no se cansa de reflejar, deviene en otro de los grandes atractivos de esta película que necesita también de algunos antagonistas silenciosos para acallar su profundo amor por la joven.Como una versión aggiornada y folklórica del clásico de Johanna Spyri, Heidi, reforzada desde pequeños índices la desazón con la que a pesar de todo Yara está atravesada, con un universo habitado por fantasmas, por aquellos que desaparecieron, que abandonaron su lugar de origen ante la inevitable amenaza de perderlo todo, incluso su humanidad.
9.0
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