Inmaduras

Atrás hay relámpagos

Algo de recurrente y sorpresivo tiene a la vez Atrás hay relámpagos (2017), de Julio Hernández Cordón, que inevitablemente, por su forma clásica y sentida, termina por debilitar una idea potente y simple de su narración.

Atrás hay relámpagos
domingo 30 de abril de 2017
Si en el arranque la expectación sobre dos amigas (Adriana Álvarez y Natalia Arias) que recorren una ciudad de Costa Rica en sus bicicletas abre el juego a ver qué pasa, en la continuidad de la historia se pierde la brújula hacia dónde se dirige todo. Las jóvenes se rebelan, enfrentan la autoridad, juegan a todo aquello que su imaginación les permite dejando de lado las obligaciones, los reclamos parentales y los de sus propios pares. Sus días transcurren entre bromas dentro de supermercados, debates filosóficos sobre música, hasta que un hecho modifica cierta percepción que una tiene sobre la otra.Julio Hernández Cordón pone la cámara en ambas, las envuelve, las sigue frenéticamente cuando ellas pasean en bicicleta, pero también las deja libres para que le devuelvan cierto espíritu -o intento de plasmarlo- sobre la adolescencia y sus diferentes maneras de ser en la región. ºEl director aggiorna el mumblecore a las calles de Latinoamérica y además tiñe de policial una trama que en apariencia nada tiene que ver con ninguno de los puntos anteriormente mencionados, pero que en ese sugerir y proponer, es en donde el guion avanza para recuperar algunos destellos originales en la puesta.A la par de las amigas, que se consolidan como líderes dentro del grupo del que forman parte, otros personajes comienzan a despegarse, como ese joven que habla en slang y se muestra hacia afuera, que quiere llamar todo el tiempo la atención de las jóvenes de escuelas privadas o en la calle para reafirmar su identidad. Ese es otro de los puntos abordados por el film, el de la búsqueda y construcción de la imagen, no sólo hacia afuera sino también en el grupo de pertenencia, jóvenes que piden a gritos ser tenidos en cuenta y escuchados a pesar que no tengan nada interesante para decir. Y allí, es en donde Atrás hay relámpagos se vuelve más clásica, al marcar una clara división entre el mundo adulto, algo que el cine latinoamericano viene haciendo en otras producciones como 87 (2015), de Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade, o en las propuestas de Ezequiel Acuña, para poder dar consistencia a los personajes que observa.El mundo el joven abre la posibilidad narrativa de generar una tensión entre ambos universos, y en esa tensión y diferencia, es justamente donde el film no asume ciertos riesgos y claudica ante la obviedad y previsibilidad. Por eso es que la explosión de rebeldía -la BMX siempre predispuesta para la aventura- choca con la falta de consistencia de la historia, la que rápidamente se desvanece y sólo se apuesta al apoyo y solvencia actoral para que las ideas iniciales se potencien.
5.0
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