2017-09-30
Un tropiezo llamado amor
Un bello sol interior
Isabelle (Juliette Binoche) es
una artista cincuentona separada del padre de su hija que sufre
de una soledad en ascenso, fruto de una sucesión de
fracasos en sus mediocres relaciones. La actriz consigue, en efecto,
encarnar a esta mujer con una vulnerabilidad que emociona, sin perder de
vista la dimensión un tanto ridícula de su peculiar coreografía, con su
serie caprichosa de altibajos.Los movimientos emocionales que
hacen que se tambalee una Isabelle que llora, se excusa y agradece sin
parar, tienen lugar realmente con objetos incomprensibles, a saber, un
montón de pobres desgraciados, por decir así: el banquero casado
despreciable (Xavier Beauvois), el actor torturado (Nicolas Duvauchelle),
el vecino que insiste en invitarla por un trago, el falso amigo que
arruina la única relación mínimamente hermosa que tenía. A decir verdad,
no puede ser que nuestra heroína languidezca a causa de estos hombres
que cree amar. ¿Cómo puede ser? Sin embargo, algo indefinido, formulado
vagamente, de manera incompleta, y un tanto banal (el otro
nombre de lo que es universal) reside en el humor contra sí misma y,
por tanto, tranquilizador de la película. Los hombres vienen y van, eso
es innegable, pero lo más gracioso, a fin de cuentas, son las figuras
familiares que se suceden entre sí, esos espacios un poco vacíos que
afectan de esa manera a Isabelle y al resto de enamorados de la
película, que no ven lo plano de las fórmulas huecas con las que tropiezan una y otra vez.Lo fascinante de la película es que encontramos claramente el sello de Claire Denis, esa manera tan especial que tiene de retratar y despertar, a flor de piel, la concupiscencia (lo que Roland Barthes
llama en su ensayo "estimular" más que describir, puesto que trata de
dar cuenta de los movimientos desde su impulso). Lo que pasa es que esta
vez se trata de una "concupiscencia" del corazón. Y el matrimonio de
miradas entre el ensayista y la cineasta arroja, como vimos, un sentido
del humor tan refinado como guarro, bastante insólito en la filmografía de la cineasta, que encuentra su punto culminante en la escena de videncia con el péndulo de plomo, cuando Gerard Depardieu (recién abandonado por Valeria Bruni Tedeschi)
alinea con una convicción inenarrable los dichos populares más
grotescos, seguidos de toda una serie de banalidades para
encender la luz sentimental de una Isabelle tan perdida que parece
llegar a comprender algo en este personaje, ofreciendo así una
conclusión formidable a esta película que combina el humor y la inteligencia a la perfección.
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