2017-04-20
Lágrimas amargas
Casting
Al comenzar Casting, en efecto, creemos estar asistiendo a varios días del casting de la remake de Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972),
de Rainer Werner Fassbinder narrados como un reportaje observacional, con la
cámara al hombro en permanente movimiento. Escuchamos las
conversaciones cotidianas en los camerinos y en el set, y observamos, a
medida que se suceden las actrices candidatas al rol de Petra, la
compleja relación de interdependencia entre estas y la directora, Vera,
que vacila entre la sumisión, acompañada de una necesidad de
reconocimiento, y la resistencia, el desafío incluso, con un toque de
vanidad, a un tiempo esperable y un poco ridículo.Las dinámicas
que operan en este proceso, parejo al del parto, tan crucial en el plano
artístico como doloroso a nivel humano, son aparentemente subrayadas
por la presencia en el set de un agente externo, Gerwin, un antiguo
aspirante a actor que parece estar en todas partes, y solo para dar su
réplica. Pero, a medida que las audiciones avanzan, cuando el equipo
tiene la impresión de dar vueltas en torno a las intenciones crípticas
de una realizadora que parece ser el motor de la frustración que reina
en el ambiente, este visitante que al principio se antojaba anodino hace
gala de una implicación, física y de otro orden, que resulta cuando
menos asombrosa.Al unísono, la involucración de Gerwin, que llega
hasta el abrazo sensual con el actor al que reemplaza, hasta
obsequiosos cumplidos e incluso, literalmente, hasta besar zapatos,
causa cierta incomodidad. Con una sospechosa actitud de sacrificio, el
personaje rodea su papel en ese plató de una indefinición que molesta y
que parece complicarlo todo, arrancando a Casting de paso de lo
metacinematográfico para convertirla en un puro relato de ficción,
habitado por un personaje en busca de personaje. Sin embargo, esto lleva
cruelmente a un error: en realidad, desde el principio hasta el final,
lo único que cuenta es la película, materialización de la visión del
realizador, esa intención impalpable que no le convierte en titiritero,
sino más bien en ilusionista, obligado a ignorar las lágrimas amargas de
Gerwin para encontrar las de Petra.
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