2011-07-22

Las mil caras del señor Dylan

I’m not there

I’m not there gira sobre las múltiples representaciones que el imaginario social tiene sobre Dylan, eludiendo toda referencia espacio-temporal, intercalando cada uno de sus retratos en una vorágine que exige un espectador activo. Pero tampoco un espectador-detective, puesto que la misma película parece decirnos que no hay pista que conduzca a una verdad única, monolítica, en resumen: una historia oficial. Tampoco hay una relación consecutiva entre un Dylan y otro. Si cada figura puede resultar representativa de la época, el pasaje de una máscara a la otra  se resuelve en el más absoluto misterio. La película se revela, entonces, como un prisma atravesado por un haz de luz que refleja colores bien distintos, productos del mismo espectro. Así, el Dylan infantil es un niño negro y mitómano que se encamina a un hospital a ver a su ídolo (Marcus Carl Franklin), hay un Dylan profético (Christian Bale), un Dylan que no puede conciliarse con la vida familiar (Heath Ledger), uno que es el doble exacto de Billy the Kid (Richard Gere), un Dylan meditabundo y mordaz, interpelado como si estuviera en una cárcel que remite a la figura del gran poeta Rimbaud (Ben Whishaw) y el que más impacto produce: el que interpreta la gran Cate Blanchett, el más icónico de todos. La actriz logra ser una síntesis perfecta de un Dylan andrógino, cuestionado por sus propios seguidores, ya muy presionado por el establishment musical que le hace reclamos a la altura de su propio impacto generacional. En I’m not there Todd Haynes vuelve a revelarse como un cineasta irreverente, consciente de los materiales que emplea, quizás –junto con el último Gus Van Sant- el más independiente de su país. Aquí vuelve a usar cada una de las herramientas que su medio le provee: los estilizados planos secuencia, la fotografía en color y en blanco y negro, la banda sonora como soporte fundamental para cada micro-relato. No resta más que celebrar el estreno de este film, verdadero encuentro de dos artistas fascinantes, y entregarse a la posibilidad de escuchar los temas de Dylan –por una vez- con los ojos bien abiertos.
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