2013-11-17

Leyéndote

Las analfabetas

Paulina García (consagrada en el último Festival de Berlín por su actuación en Gloria, 2012, de Sebastián Lelio) es Ximena, una mujer que a sus cincuenta y pico de años esconde su analfabetismo, tan sólo revelado a una lectora de diarios y amiga que, por motivos que el guion no explicita, ya no ve más. Pero su carácter tosco e iracundo nos lleva a suponer que hubo una pelea y un portazo final. Hasta que un día llega a su vida una joven maestra desocupada, Jacqueline (Valentina Muhr), hija de aquella. La recién llegada se predispone no sólo a retomar el trabajo de su madre, sino a hacer algo más: enseñarle a Ximena a leer y escribir. Tarea nada sencilla; primero, porque habrá que convencerla; segundo, porque como en todo proceso transferencial llegarán a la superficie abruptos estallidos de violencia, confesiones y temores varios.Con el correr del metraje se hace evidente que Las analfabetas fue, antes que un film, material escénico. Sepúlveda (también guionista, junto a Paredes) sale al exterior en no pocas secuencias, dialécticamente útiles para señalar que la incomunicación de Ximena es íntima pero también social. Puertas adentro, la clave más potente a nivel dramático está en una carta que le escribió su padre cuando era niña y que, claro está, ella no pudo leer nunca.El eje del guion está sustentado esencialmente por un esquema muy explorado en el cine: el vínculo entre personalidades diametralmente opuestas que, con el devenir de la historia, muestran necesidades afines. Desde esa perspectiva, el relato es más disruptivo respecto a la materia biográfica de Jacqueline, lo que lo vuelve menos predecible y más sensible; el espectador debe completar varios espacios y así llegará a comprender por qué decide internarse en ese espacio que le ofrece tanto displacer. Las analfabetas consigue conmover, merced a dos actuaciones efectivas pero no efectistas, que en un espacio reducido transmiten desbordantes mundos interiores. García y Murh; ya habían interpretado a sus personajes en el teatro, y aquí sus trabajos se potencian a través de una puesta detallista, que se detiene en las miradas, en los gestos. Minimalista, sí, pero no diminuta.
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