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Crítica de “Juego limpio”, los peligros de trabajar con tu pareja
Phoebe Dynevor y Alden Ehrenreich interpretan a una pareja que entra en crisis por trabajar en el mismo lugar, en este thriller psicológico dirigido por Chloe Domont.

El poder y la ambición no van de la mano con el amor. Algo que dejaba en claro Oliver Stone en Wall Street en una suerte de presagio de la descomposición de los vínculos humanos, que el mundo financiero venía a imponer a la sociedad. Estábamos en 1987 y los valores afectivos eran reemplazados por la competencia individualista. Juego limpio (Fair Play, 2023) cuenta cómo esa competencia por el poder distancia a una pareja más allá del afecto que se tienen mutuamente.
La directora Chloe Domont desarrolla un drama romántico que se vuelve oscuro y perturbador con el avance de los minutos. En una de las primeras escenas de la película, la pareja que integran Emily (Phoebe Dynevor, la actriz británica de la serie Bridgerton) y Luke (Alden Ehrenreich, Han Solo) intenta tener sexo en un baño público. Están en la plenitud de la felicidad, viven y trabajan juntos desde hace dos años y se comprometen. Pero la idea de estar siempre en el lugar incorrecto para fortalecer el vínculo atraviesa todo el relato. Tal vez por eso no puedan consumar el acto sexual. Ambos compran y venden acciones para una empresa de finanzas, cuando ella es ascendida (puesto que se rumoreó le darían a él) y pasa a ser la jefa de su novio. No pasará mucho tiempo para que las presiones laborales ingresen en la vida conyugal generando varios cortocircuitos.
Juego limpio utiliza elementos del thriller (la sangre, la violencia implícita) pero también del melodrama (los secretos y lo no dicho) que funcionan como una olla que se calienta al límite de la ebullición. Más interesante aún es la lectura femenina del asunto: por más comprensivo que él parezca con el éxito laboral de ella lo carcome una creciente envidia. En ese punto la película despliega todos los imaginarios machistas sin necesidad de mencionarlos en un inteligente cambio de roles. Ella es la que provee económicamente, la que regresa ebria de bares por las noches, la que da las órdenes en la oficina (es interesante cómo se muestra la masculinización de las actitudes de ella a medida que obtiene más poder). Algo que él no puede soportar.
Por supuesto trabajar en una financiera no es un dato menor. Ámbito de la competencia y el individualismo, de la frialdad de los números y el control de las emociones. Un territorio nada propicio -tal vez, el menos propicio de todos- para desarrollar un vínculo afectivo con alguien. En ese universo desalmado el poder transforma a las personas en bestias despiadadas capaces de destruir al prójimo para obtener sus objetivos. ¿Cómo podría sobrevivir una pareja en ese entorno?
La historia del poder que destruye a las relaciones humanas ya fue contada infinidad de veces (aunque no por eso dejé de ser actual). Sin embargo, es el original punto de vista que elige el film, que piensa este discurso en términos de Escenas de la vida conyugal (Ingmar Bergman, 1973) atravesado por la crueldad del machismo financiero. La igualdad de género pasa a ser solo un slogan cuando asistimos a las relaciones de poder, un ambiente masculino de manipulación y violencia dónde doblegar al otro es parte de un juego sin lugar para el amor.