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Crítica de "¡Que viva México!", Luis Estrada y la polarización social

Una vez más, Luis Estrada ha lanzado otra película en la que busca cuestionar, criticar y representar algunos aspectos de la cultura y la idiosincrasia mexicana. En esta ocasión, la película hace una fuerte alusión a la política y a la mentalidad del país. Aunque se trata de una comedia larga, es muy entretenida, gracias a la inclusión de múltiples personajes variopintos llevados al límite de lo grotesco.

A Estrada le gusta jugar precisamente con sus criaturas y no consentirlos, al grado de caricaturizarlos en esta película llega y hacerlos caer en sus propias contradicciones y vicios, estos últimos basados en la ambición y en el anhelo por alcanzar un mundo de ensueño de la noche a la mañana (“a qué le tiras cuando sueñas mexicano”, decía el inolvidable Chava Flores), cosas que a los mexicanos no se nos pueden quitar ni siquiera con un cambio de gobierno, el de la 4T.

En esta ocasión, con ¡Que viva México! (2023), el director decide enfrentar a gente rica (“fifís”) con los pobres (“chairos”, aunque este término nunca es mencionado en los diálogos). Es la historia de Pancho Reyes (Alfonso “Poncho” Herrera), un ingeniero “whitexican” duranguense que se desempeña como ejecutivo de una fábrica y lleva un estilo de vida opulento en la Ciudad de México, aunque con deudas consistentes en la hipoteca de su casa y en tarjetas de crédito que su esposa Mari (Ana de la Reguera) se ha encargado de llevar al tope. El matrimonio tiene dos hijos pequeños que asisten a un colegio privado, sin embargo la pareja de ricachones quiere aún más.

Pancho básicamente se ha dedicado a reducir los costos de producción de la fábrica mediante el despido de personal y la adquisición de tecnología de punta, algo que no le gusta del todo (echar a los obreros) pero que entiende como necesario para ascender socialmente y a la vez complacer a su infausto jefe y dueño de la empresa, Don Jaime (José Sefami), quien le pide que se deshaga periódicamente y por tandas de esos “holgazanes”, y le ha prometido un ascenso a gerente general siempre y cuando aprenda a hablar chino e inglés. Don Jaime es un fifí que desprecia y maldice a los pobres y al presidente Andrés Manuel López Obrador (cuyo nombre no se menciona, pero su imagen aparece en varias ocasiones).

Pero Pancho tiene un problema más: sufre constantes pesadillas en las que alucina con su familia pobre acosándolo, misma a la que no ha visto desde hace más de veinte años y que vive en “La Prosperidad”, una comunidad rural muy lejana, casi inhóspita, en la sierra de Durango, lugar donde el hoy ingeniero pasó su infancia ayudando a su abuelo en una mina que supuestamente tiene mucho oro. El abuelo muere dejando instrucciones a un notario (Salvador Sánchez) sobre el testamento: éste no puede leerse sin la presencia de su nieto, Pancho Reyes.

Otro personaje importante es Rosendo Reyes (Damián Alcázar), padre de Pancho, que, sin saber lo que dice el testamento, le ruega a su hijo que vaya al funeral y de paso hacer efectiva la herencia. Rosendo piensa que el abuelo ha dejado una fortuna, tal vez en oro, a todos los miembros de su numerosa y pintoresca familia, esposa, hijos y nietos, pero se llevará una sorpresa.

El relato resulta ambivalente por la cuestión de la polarización social actual en nuestro país, es decir, en él se da voz tanto a los ricos como a los pobres para entender su posición y mentalidad. Por lo tanto, en general se trata de una composición de personajes acertada, aunque sin llegar a una profundización como tal, pues sólo se muestran carencias y contradicciones de ambos bandos, y a veces se llega a la ridiculización, sobre todo de la familia rural de Pancho, una bola de flojonazos que viven como muchos que se las dan de vivos (valga el pleonasmo). Los hermanos del ingeniero exitoso son remedos de narcotraficantes, de cantantes, de bailarines y demás, con varios casos de embarazo entre las féminas y el relajo siempre por delante. Entendemos así por qué Pancho huyó a la capital.

Hemos visto en películas gringas la representaciones deprimentes de pueblos muertos de México, sobre todo cuando los personajes anglo tienen que viajar a este lado por alguna razón. Bueno, pues Estrada hace lo mismo. “La Prosperidad” es una localidad pequeña, polvorienta y muy atrasada, con un nivel de vida paupérrimo y con una clase política y religiosa ladina y truculenta, que arrastra las mismas perversiones de antaño: corrupción y pederastia, respectivamente. Entonces ¿esos retratos son reales? Al menos en los términos satirizados propuestos por el cineasta muy cercanos al contexto, sí. Lo preocupante es que la numerosa familia Reyes no parece querer mover un dedo para progresar y de eso se agarran los fifís para repudiarlos. Por otro lado, Mari y Don Jaime (me recuerda a Gilberto Lozano) representan a los arribistas que no quieren perder privilegios ni codearse con el vulgo. A Mari no le queda otra opción más que ir con su familia a “La Prosperidad”, pues tiene la esperanza de que el abuelo de su esposo le haya dejado alguna buena herencia. Pancho así está entre dos fuegos…

¡Que viva México! tal vez no está a la altura de otras obras de Luis Estrada como La Ley de Herodes, Un mundo maravilloso, El infierno o La dictadura perfecta, pero igual tiene la intención de emparejarse con la realidad sociopolítica del país y reflejarla (ojo, incluye de manera no gratuita un cartel espectacular de AMLO promoviéndolo para una nueva gestión 2024-2030; si ven esa escena entenderán por qué no es gratis), y en esta ocasión se regodea con un deliberado y excesivo folclorismo que en realidad resulta divertido, incluso algunos diálogos remiten en algo a los de Ismael Rodríguez, pero con numerosas palabrotas. Damián Alcázar y Joaquín Cosío se solazan interpretando a tres personajes distintos, lo mismo Ana de la Reguera en su papel de aspiracionista que deviene en alcohólica y un sorprendente Alfonso Herrera que se desenvuelve con soltura aun en las situaciones más engorrosas que su personaje le exige. Vale destacar igualmente la decorosa ambientación digital, bien lograda, y la locación acertadamente elegida del pueblo cuasi fantasma.

El cliché que afirma que las películas deben transmitir un "mensaje" no goza de mi preferencia. No obstante, en la cinta en cuestión, se plantea que, en virtud de las condiciones idiosincráticas del país, resulta sumamente complejo liberarse de las ataduras familiares, ya sea por medio de vínculos sanguíneos o políticos, sobre todo cuando se involucra dinero. De igual forma, la película alude al hecho de que en México prevalece todavía la pobreza y el subdesarrollo. A pesar de ello, ¡Que viva México! se destaca por su capacidad para ofrecer una amplia variedad de diversión e ideas.

6.0
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